«Slow life»: Elogio de la lentitud

Elogio de la lentitud de Carl Honoré es uno de esos libros que hacen que tu vida cambie para mejor si te aplicas el Slow life y te propones pisar el freno y vivir de verdad cada minuto, hora y día de tu existencia. Aunque se publicó por primera vez en 2004, sigue estando de rabiosa actualidad a tenor de cómo ha ido avanzando y extendiéndose el Movimiento Slow.

¿Por qué tenemos siempre tanta prisa?

¿Cómo se cura esa auténtica enfermedad que es nuestra actitud ante el tiempo? ¿Es posible, e incluso deseable, hacer las cosas con más lentitud? Vivimos en la era de la velocidad y el mundo que nos rodea se mueve con más rapidez de lo que jamás lo había hecho. Nos esforzamos por ser más eficientes, por hacer más cosas por minuto, por hora, cada día. Desde que la revolución industrial hizo avanzar al mundo, el culto a la velocidad nos ha empujado hasta el punto de ruptura actual.

Elogio de la lentitud: un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad rastrea la historia de nuestra relación cada vez más dependiente del tiempo, y aborda las consecuencias y la dificultad de vivir en esta cultura acelerada que hemos creado. Supone todo un análisis certero de lo que se denominó «enfermedad del tiempo» término acuñado en 1982 por el médico Larry Dossey, para denominar la creencia obsesiva de que «el tiempo se aleja, no lo hay en suficiente cantidad, y debes pedalear cada vez más rápido para mantenerte a su ritmo».

Hoy todo el mundo sufre la enfermedad del tiempo. Todos pertenecemos al mismo culto a la velocidad.

Elogio de la lentitud no es una narración espectacular con asombrosos ni un panfleto auto-ayuda absoluto que te va a recomponer la existencia ni invita a nadie a hacerse anacoreta. Es un libro sencillo y bien escrito para encontrar una manera de vivir mejor, de conseguir un equilibrio entre la rapidez y la lentitud. El propósito de esta obra es el de presentar el Movimiento Slow a un público amplio, explicar lo que defiende, cómo evoluciona, con qué obstáculos se encuentra y por qué tiene algo que ofrecernos a todos y cada uno de nosotros.

slow life
Image by fabrikasimf on Freepik

Carl Honoré, portavoz de la lentitud o «Slow movement»

Carl Honoré, periodista escoces afincado en Canadá, es aclamado mundialmente y ha sido nombrado por Newsweek y Wall Street Journal como “portavoz internacional de la lentitud” o lo que es lo mismo, del Movimiento Lento, Movimiento Slow«Slow Movement» en inglés. El Movimiento Slow, es una corriente cultural que promueve una vida más tranquila y calmada enfocada que prioriza aquellas actividades que facilitan el desarrollo personal con el objetivo de tener una vida más saludable y plena.

Obviamente esta filosofía de vida puede aplicarse a todos los ámbitos no solo al personal sino también al profesional, al emocional, etc. Es un movimiento que surge como respuesta a un mundo excesivamente acelerado en occidente que está provocando auténticos problemas. Cada día hay más estudios que confirman la relación entre el estrés y enfermedades como el cáncer. El ritmo actual de nuestras vidas tiende a priorizar las responsabilidades laborales de tal manera que nos olvidamos de nuestro bienestar personal y emocional.

Slow Movement, Slow Food, Slow life y Città Slow son sólo algunas muestras de este creciente interés de personas en todo el mundo por reflexionar acerca de la cultura de “hacer más cosas por minuto, por hora, cada día”. Un anhelo inalcanzable de la productividad absoluta.

Slow life

El término Slow life significa literalmente “vida lenta” pero realmente engloba a toda la filosofía de vida del Movimiento Slow. Consiste en proponerse bajar el ritmo en distintos ámbitos de la vida: en el trabajo, en las relaciones personales, en el tiempo libre, en la alimentación, por ejemplo. De hecho, el origen de la «vida lenta» es una evolución del movimiento más específico de Slow food, surgido en Roma como respuesta al avance imparable de los establecimientos de comida rápida.

El concepto de Slow food fácilmente se fue extendiendo a todos los ámbitos de la vida porque realmente producía un cambio positivo y significativo en las vidas de quienes «ponen el freno»

movimiento slow

Claves para disfrutar de la «slow life»

Los beneficios de «pisar el freno» y ralentizar nuestro ritmo de vida son variadísimos e implican no solo mejorar nuestra salud mental y física sino también apreciar y disfrutar más de cosas que nos suelen pasar desapercibidas pero que tiene un gran valor. Por ejemplo, nuestras relaciones familiares y de amistad, somos más eficientes cuando hacemos cosas sin estrés, apreciamos más los procesos y no tanto los productos, etc.

Veamos algunas claves para integrar la filosofía de la vida lenta en nuestras vidas: 

  1. Párate, baja el ritmo y respira.
  2. Presta atención a los detalles que te rodean, las acciones y el momento presente.
  3. Practica la meditación o el yoga y notarás rápidamente sus efectos para relajar tu cuerpo y tu mente.
  4. Sal al exterior, disfruta de la naturaleza.
  5. Cocina sin prisas y come prestando solo atención a los sabores y texturas (nada de dispositivos o TV)
  6. Párate unos segundos antes de comprar y piensa si realmente lo necesitas/merece la pena.
  7. Consume productos locales o de cercanía
  8. No seas hombre/mujer multitarea: concéntrate en solo una acción e intenta fluir con la actividad.
  9. Cuida de las personas a las que quieres y dedica tiempo suficiente para estar con ellos/as y para conocer nuevas amistades.
  10. Abandona las redes sociales y comprueba cuánto tiempo te roban.
  11. Disfruta de tu propia soledad, del silencio y la calma
slow movement
Acceso al libro

Elogio de la lentitud de Carl Honoré – Resumen

Vivimos en un mundo obsesionado con el reloj desde que nos levantamos. Tenemos constantemente la sensación de que nos falta tiempo para todo lo que debemos o queremos hacer y lo que hacemos, queremos hacerlo en menos tiempo para así poder meter más cosas en nuestr apretada agenda. La vorágine diaria puede hacernos apurar segundos en una salida de semáforo, en la cola del un supermercado o intentamos hacer dos o más cosas a la vez. Además, si no salen las cosas en el tiempo que queremos nos frustramos, montamos en cólera contra todo y todos.

Hoy, el tiempo es más parecido al dinero que nunca. ¿Por qué, entre tanta riqueza material, la carencia de tiempo es tan endémica? Gran parte de la culpa la tiene nuestra propia mortalidad pues aunque la medicina haya añadido más o menos una década más de vida, seguimos viviendo a la sombra del mayor de todos los límites: el de la muerte. De alguna forma queremos dominar el tiempo y sacar el máximo partido. Pero, ¿es eso realmente bueno para disfrutar más de la vida?

La mayoría de la gente se da cuenta de que la respuesta es negativa cunado sufre un incidente o shock, en forma de enfermedades porque el cuerpo que no aguanta más este ritmo, un infarto o un cáncer (cada vez más relacionado con el estrés).

En Elogio de la lentitud las palabras «rápida» y «lentamente» representan de forma escueta maneras de ser o filosofías de vida.

  • Rápido equivale a atareado, controlador, agresivo, apresurado, analítico, estresado, superficial, impaciente y activo; es decir, la cantidad prima sobre la calidad.
  • Lento es lo contrario: sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo; en este caso, la calidad prima sobre la cantidad.

La lentitud no siempre significa ser lento

La lentitud es necesaria para establecer relaciones verdaderas con otras personas y experiencias significativas con la cultura, el trabajo, la alimentación. Con mucha frecuencia realizar una tarea con lentitud produce unos resultados más rápidos y también es posible hacer las cosas con rapidez al tiempo que se mantiene un marco mental lento. La gente está aprendiendo a mantener la serenidad, a conservar un estado de lentitud interior, incluso mientras se apresuran para terminar una tarea en la fecha fijada o llevar a los niños a la escuela sin ningún retraso.

La filosofía de la lentitud podría resumirse en una sola palabra: equilibrio. El tempo giusto.

El tempo giusto es un término de la música que nos dice que cada pieza musical tiene un tiempo natural, la cadencia o velocidad ideal para esa música. Según Honoré, esta es una idea útil para entender la filosofía slow life. Es la idea de buscar en cada momento ese ritmo adecuado para que hagas las cosas bien y las puedas disfrutar muchísimo más; hagas lo que hagas, así estás comiendo, trabajando, haciendo el amor, ejercicio. La piedra angular de cualquier revolución slow es recuperar el “tempo justo” para cada cosa.

La rapidez puede ser divertida, productiva y potente, y seríamos más pobres sin ella. Lo que el mundo necesita, y lo que el movimiento Slow ofrece, es un camino intermedio, una receta para casar la dolce vita con el dinamismo de la era de la información. El secreto está en el equilibrio: en vez de hacerlo todo más rápido, hacerlo todo a la velocidad apropiada, lo cual significa que en ocasiones será más rápido, otras veces más lento y otras un término medio.

Es indispensable que aprendamos a vivir a la velocidad apropiada.

El movimiento Slow no se propone hacer las cosas a paso de tortuga ni hacer retroceder al planeta a utopías preindustriales. Todo lo contrario. Cada vez hay más personas en el movimiento slow que quieren vivir mejor en un mundo moderno sometido a un ritmo rápido. Cuando es necesario y tiene sentido habrá que actuar con rapidez y habrá que ser lento cuando la lentitud es lo más conveniente para nuestra salud física y mental y de los demás.

Retando a la aceleración

Ser lento significa no apresurarse jamás, no esforzarse denodadamente por ahorrar tiempo sin más finalidad que la de ahorrarlo. Significa permanecer sosegado e imperturbable incluso cuando las circunstancias nos fuerzan a acelerar. Una manera de cultivar los recursos interiores de la lentitud es dedicar tiempo a actividades que plantean un reto a la aceleración: la meditación, la labor de punto, la jardinería, el yoga, la pintura, la lectura, pasear, el Chi Kung, etcétera

Desacelerar es un proceso y hay muchos pasos. Un buen comienzo es recortar nuestra agenda cuando somos consciente de estamos tratando de hacer demasiadas cosas. Entonces necesitamos priorizar y decidir qué es o no importante y qué no es imprescindible. Carl Honoré recomienda a la gente que quiere desacelerar «incorporar un ritual lento a su vida. Y eso va variando de persona en persona. Para mí fueron la meditación y la cocina. Son mis momentos de relax, de desconectarme del frenesí de la vida cotidiana y simplemente reconectarme con ese ritmo más pausado, más placentero, más humano.»

La deliciosa paradoja de la lentitud

Una cosa que Honoré hizo en el trabajo para lograr un ritmo más pausado fue abrir huecos en su agenda para desconectar, para hacer nada. Con una pequeña inyección de lentitud, 2, 3 ó 4 minutos de silencio, de dejar la oficina, dejar el escritorio, dejar la pantalla, vuelves al trabajo con las pilas recargadas, la mente reseteada y la capacidad mental para trabajar mejor, que es lo que Honoré llama «la deliciosa paradoja de la lentitud.»

Al ralentizar un poquito logras lidiar con toda esa velocidad con más éxito e incluso deliciosa paradoja de la lentitud puedes ir más deprisa, más rápido. Paradójico, pero es una paradoja hermosa. Según comenta en una entrevista, «la respiración es una herramienta fundamental para evitar la ansiedad en el día a día.»

¿Cómo podemos ejercitar la paciencia y tomarnos la vida con más calma? Una cosa que todos podemos hacer en esa situación es usar la respiración. Simplemente respirar hondo y eso cambia la dinámica biológica del cuerpo y nos quita el estrés, nos quita esa sensación de «tengo que correr, estoy frustrado». Entonces eso lo llevamos siempre con nosotros. La respiración es un primer paso.

Otra técnica que recomienda Honoré por ejemplo cuando estamos en una cola muy larga es hablar. Hablar con los demás o tratar de empezar una charla, y así conseguimos no pensar en el tiempo y rehumanizamos el momento. Es una forma de reconectarse con los demás porque solemos vivir en burbujas aisladas. Simplemente conversando, logramos ralentizar y olvidarnos de esa sensación de «estoy desperdiciando tiempo».

El momento es ahora, y eso es un poco la esencia de esta filosofía slow, muy conectada con otra filosofía que enfatiza el momento presente, el Mindfulness. Hay que vivir plenamente cada momento, estar presente 100% en lo que hagas. Puede ser esperando en una fila del banco, leyendo un cuento a su hijo, almorzando o caminando por las calles. Hay que ponerse el chip de no tratar de vivir este momento lo más rápido posible, sino lo mejor posible. Eso es un cambio sencillo en el fondo, pero revolucionario.

«Cronos» y «Kairos»

En filosofía se habla del “cronos” y del “kairos”. Uno es el tiempo medible, el cronológico; el otro más psicológico, vinculado a cómo lo sentimos. El tiempo lineal es el tiempo que domina, pero el tiempo que nos nutre, el más humano, el más luminoso es el kairos, el natural. En el fondo la cultura de la prisa lo que hace es deshumanizarnos. La lentitud nos rehumaniza. Genera una relación mucho más sana, sostenible y humana con el tiempo.

Ciertas cosas no pueden o no deberían acelerarse, requieren tiempo, necesitan hacerse lentamente. Cuando aceleras cosas que no deberían acelerarse, cuando olvidas cómo ir más lentamente, tienes que pagar un precio.

El coste de la velocidad

La argumentación contra la velocidad empieza por la economía. El capitalismo va demasiado rápido incluso para su propio bien, pues la urgencia por terminar primero deja muy poco tiempo para el control de calidad. El capitalismo moderno genera una riqueza extraordinaria, pero al coste de devorar recursos naturales con más rapidez de aquella con la que la madre naturaleza es capaz de reemplazarlos.

Luego está el coste humano del «turbocapitalismo». En la actualidad existimos para servir a la economía, cuando debería ser a la inversa. Las largas horas en el trabajo nos vuelven improductivos, tendemos a cometer errores, somos más infelices y estamos más enfermos. La actual cultura del trabajo también está minando nuestra salud mental. El exceso de trabajo también es un riesgo para la salud en otros aspectos. Deja menos tiempo y energía para el ejercicio y nos hace más proclives a tomar demasiado alcohol o alimentarnos de una manera cómoda, pero inadecuada.

La ética del trabajo, que puede ser saludable con moderación, se ha desmadrado. Ni siquiera las enfermedades pueden seguir manteniendo al empleado moderno fuera de la oficina: uno de cada cinco estadounidenses va a trabajar aunque debería estar acostado en casa o en el consultorio de un médico.
Una muestra escalofriante de lo que puede representar este comportamiento nos la ofrece Japón, donde tienen una palabra, karoshi, que significa «muerte por exceso de trabajo»

A fin de mantenerse al ritmo del mundo moderno, para aumentar la celeridad, muchas personas buscan unos estimulantes más potentes que el café. La cocaína y las anfetaminas, conocidas como speed («velocidad», precisamente), están tomándole la delantera. El problema es que las formas más potentes de speed son más adictivas que la heroína y pueden provocar depresión, agitación y conducta violenta.

Una de las razones por las que necesitamos estimulantes es que muchos no dormimos lo suficiente. Hoy, con tanto que hacer y un tiempo tan escaso para hacerlo, el estadounidense medio duerme por la noche noventa minutos menos que hace un siglo. No dormir lo suficiente puede dañar los sistemas cardiovascular e inmunitario, provocar diabetes y dolencias cardíacas, así como indigestión, irritabilidad y depresión. Dormir menos de seis horas por la noche puede debilitar la coordinación motriz, el habla, los reflejos y el juicio.

Es inevitable que una vida apresurada nos quita tiempo para relacionarnos adecuadamente. Cuando nos apresuramos, rozamos la superficie y no logramos establecer verdadero contacto con el mundo o las demás personas. Todas las cosas que nos unen y hacen que la vida merezca la pena de ser vivida —la comunidad, la familia, la amistad— medran en lo único de lo que siempre andamos cortos: el tiempo. Los daños en la vida familiar son evidentes cuando todos van y vienen y apenas se comunican mediante post-its o mensajes de WhatsApp.

Si seguimos así, el culto a la velocidad sólo puede empeorar. Cuando todo el mundo se decide por la rapidez, la ventaja de ir rápido desaparece y nos fuerza a ir más rápido todavía. Al final, lo que nos queda es una carrera armamentista basada en la velocidad, y ya sabemos adonde conducen esa clase de carreras, al sombrío punto muerto de la «destrucción mutuamente asegurada».

Hemos perdido el arte de no hacer nada, de cerrar las puertas al ruido de fondo y las distracciones, de aflojar el paso y permanecer a solas con nuestros pensamientos. Si eliminamos todos los estímulos como los dispositivos digitales, nos ponemos nerviosos, nos entra pánico y buscamos algo, lo que sea, para emplear el tiempo. ¿Cuándo ha visto por última vez a alguien que se limitara a mirar por la ventanilla del tren? Todo el mundo está muy ocupado leyendo el periódico, absorto en un videojuego, escuchando música por medio de auriculares, trabajando con el ordenador portátil, charlando por el teléfono móvil.

Fast thinkers o pensadores rápidos

Los medios electrónicos están dominados por lo que un sociólogo francés denominó el fast thinker [pensador rápido], una persona que, sin detenerse a pensarlo un instante, es capaz de dar una respuesta elocuente a cualquier pregunta. En cierto modo, ahora todos somos pensadores rápidos. Las redes sociales están dominadas por algoritmos que analizan cada dato de forma que nos volvamos más adictos a ellas.

Gratificación instantánea o rabia y frustración

Nuestra impaciencia crece tanto que cada vez queremos que la gratificación instantánea o que ese producto nos llegue cuanto antes. Esto explica en parte la frustración crónica que burbujea bajo la superficie de la vida moderna. Todo aquello, objeto inanimado o ser viviente, que se interpone en nuestro camino, que nos impide hacer exactamente lo que queremos hacer cuando lo queremos, se convierte en nuestro enemigo.

En la actualidad el menor contratiempo, el más ligero retraso, el mínimo indicio de lentitud, puede hacer que a ciertas personas, por lo demás del todo normales, se les hinchen las venas de las sienes a causa del furor mal contenido. Nuestra obsesión por la rapidez y el ahorro de tiempo puede incluso llevarnos a la ira y la violencia.

Gracias a la celeridad, vivimos en la era de la rabia.

Por ejemplo, las barbaridades que se dicen cuando alguien nos obstaculiza en el tráfico. La rabia flota en la atmósfera: rabia por la congestión de los aeropuertos, por las aglomeraciones en los centros de compras, por las relaciones personales, por la situación en el puesto de trabajo, por los tropiezos en las vacaciones o por las esperas en el gimnasio.

Carl Honoré en Elogio de la lentitud difunde la existencia de «esos rebeldes que hacen lo impensable: crear espacio para la lentitud… Mientras el resto del mundo sigue rugiendo, una amplia y creciente minoría está inclinándose por no vivir con el motor acelerado al máximo. En cada actividad humana imaginable, desde el sexo, el trabajo y el ejercicio hasta la alimentación, la medicina y el diseño urbano, . Y la buena noticia es que la desaceleración surte efecto

Cambiar el «turbocapitalismo» y la globalización

El movimiento Slow discurre paralelo a la cruzada antiglobalización y los seguidores de ambos movimientos creen que el «turbocapitalismo» ofrece un billete de ida hacia la extenuación, para el planeta y quienes lo habitamos. Afirman que podemos vivir mejor si consumimos, fabricamos y trabajamos a un ritmo más razonable. Como los antiglobalizadores moderados, los activistas del movimiento Slow no se proponen destruir el sistema capitalista, sino que tratan más bien de darle un rostro humano.

El movimiento Slow implica un cuestionamiento del materialismo sin trabas que dirige la economía global.

El Movimiento Slow no pretende abandonar el capitalismo ya que ofrece un chaleco salvavidas al capitalismo en su formato actual. En su forma actual, el capitalismo global nos obliga a fabricar más rápido, consumir más rápido y vivir más rápido, al coste que sea. Al tratar a la gente y el entorno como valiosos, más que como elementos de los que puede prescindirse, una alternativa lenta podría hacer que la economía trabajara para nosotros, y no viceversa. Aunque un «capitalismo lento» podría significar un crecimiento inferior, cada vez más gente se da cuenta de que no todo es el índice Dow Jones o un máximo PIB si es a costa de sus frenéticas vidas.

Por esta razón, los críticos al movimiento opinan que no podemos permitírnoslo, o bien que un estilo de vida más lento sólo será un privilegio de los ricos. Es cierto que algunas manifestaciones de la Slow life (la medicina alternativa, la carne y productos bio…) no son apropiadas para todos los presupuestos, pero la mayor parte sí que lo son. Pasar más tiempo con los amigos y la familia no cuesta nada, como tampoco caminar, cocinar, meditar, hacer el amor, leer o cenar a la mesa en vez de hacerlo delante del televisor. Resistirse al impulso de ir más rápido es gratuito.

La demografía también es propicia a la desaceleración. En todo el mundo desarrollado, las poblaciones están envejeciendo y, cuando envejecemos, casi todos nosotros tenemos una cosa en común: vamos más lentos. Una vez la gente cosecha las recompensas de ir más despacio en una esfera de la vida, a menudo aplica la misma lección a otras esferas. Cuando empiezas a plantarle cara a esa mentalidad de trabajar sin descanso en el puesto de trabajo, empiezas a plantarle cara a todo. Quieres profundizar más en las cosas, en vez de rozar sólo la superficie.

Una lucha colectiva por el cambio

Sin embargo, persuadir a la gente de los méritos que tiene ir más lento es sólo el comienzo. Desacelerar será una lucha hasta que escribamos de nuevo las reglas que gobiernan casi cada esfera de la vida: la economía, el lugar de trabajo, el diseño urbano, la educación, la medicina… Esto requerirá una sagaz mezcla de suave persuasión, dirección imaginativa, legislación rigurosa y consenso internacional. Será un reto, pero es esencial. Ya existe base para el optimismo.

Todos sabemos que nuestras vidas son demasiado frenéticas y queremos ir más despacio. Individualmente, cada vez somos más los que pisamos el freno y descubrimos que nuestra calidad de vida mejora. La gran pregunta es cuándo esa actitud individual generalizada se convertirá en una verdadera actitud colectiva. ¿Cuándo alcanzará la masa crítica los numerosos actos individuales de desaceleración

Para que el mundo efectúe ese vuelco, cada uno de nosotros debería ayudar tratando de hacer sitio a la lentitud. Una buena manera de empezar es evaluando de nuevo nuestra relación con el tiempo. Al enfrentarnos a la manera en que el reloj rige nuestras vidas, somos capaces de ir más despacio. Todos podemos aprender a hacerlo. Procure pensar en el tiempo no como un recurso finito que siempre se escapa, o como un matón al que uno teme o derrota, sino como el benigno elemento en el que vivimos.

Carl Honoré argumenta que un mundo abierto a todas horas es un mundo que invita al apresuramiento. Si tenemos la oportunidad de hacer lo que sea a cualquier hora, llenaremos nuestros horarios a reventar. Pero la sociedad que no para ni un instante no es intrínsecamente mala. Si la abordamos con un espíritu lento, haciendo menos cosas, con menos prisa, puede aportarnos la flexibilidad que necesitamos para desacelerar.

Comenzar poco a poco

Cuando se trata de ir más despacio, lo mejor es comenzar poco a poco.

  • Prepare una comida desde el comienzo.
  • Dé un paseo con un amigo en vez de ir corriendo a las galerías comerciales para comprar cosas que en realidad no necesita.
  • Lea el periódico sin encender el televisor.
  • Y cuando haga el amor, añada el masaje.
  • O, sencillamente, concédase unos minutos para sentarse y permanecer inmóvil en un lugar tranquilo.

Si un pequeño acto lento le hace sentirse bien, pase a lo importante.

Educar sin prisas

Consideremos el hecho de que hoy en día los padres y madres pasan mucho más tiempo conectados a redes sociales que jugando o pasando tiempo con sus hijos. El propio Carl Honoré reconocé que el detonante de su interés por la «enfermedad del tiempo» fue su propia experiencia como padre que escatimaba tiempo hasta cuando estaba leyendo un cuento a su hijo por las noches. Su obsesión por hacer cosas le llevó a querer comprar «cuentos para contar a tu hijo en solo un minuto» y darse cuenta del error que estaba cometiendo.

Aunque se ha puesto de moda la idea de que no es importante la cantidad de tiempo que pasamos cin nuestros hijos sino la «calidad» de este tiempo, la evidencia es que en muchísimos hogares los niños y jóvenes vuelven del centro educativo a un hogar vacío. En la sociedad actual, compartir tiempo con los hijos se convierte en un auténtico reto para la mayoría de las familias y por eso, es fundamental tratar de encontrar el equilibrio que nos permita compaginar nuestra vida profesional y la familiar, para poder dedicarle a los niños el tiempo que realmente necesitan y se merecen.

La niñez pasó a ser una carrera hacia la perfección y hemos transmitido el virus de la prisa a la próxima generación

Probablemente son nuestros hijos e hijas quienes más padezcan los efectos de esta obsesión por la aceleración. Están creciendo con más rapidez de lo que lo habían hecho jamás. Muchos niños están ahora tan ocupados como sus padres, tienen unas apretadas agendas de clases particulares después del horario escolar: lecciones de inglés, piano, etc. Vivir como adultos estresados deja poco tiempo para las actividad propias de la edad como ir al parque o ir por ahí con los amigos.

El ritmo acelerado que imponemos también a nuestros hijos tiene efectos nocivos sobre la salud y realmente no nos estamos dando cuenta.

Los niños son menos capaces de adaptarse al estrés o la falta de sueño que los adultos, ya acostumbrados a llevar una vida apresurada y frenética. Los psicólogos especializados en el tratamiento de adolescentes que padecen ansiedad tienen ahora a pacientes desde los cinco años que padecen trastornos estomacales, dolores de cabeza, insomnio, depresión y trastornos alimentarios. En muchos países industrializados, los suicidios de adolescentes están aumentando trágicamente.

En los últimos 20 años, para muchos niños la niñez pasó a ser una carrera hacia la perfección y hemos transmitido el virus de la prisa a la próxima generación y esto les está haciendo daño y por eso hay un momento mundial para recuperar un ritmo más pausado. ¿Qué se puede hacer? Bueno hay dos flancos. Por un lado, el ámbito público, que es el colegio, que en varias partes del mundo está cambiando su forma de ser, la agenda del día, abriendo más espacio para el debate, para el descanso, para el juego libre, para recuperar esa lentitud libre para los niños.

Por otro lado está la casa, donde mandan los padres, quienes tienen que mirar a su hijo, conocerlo, y, a raíz de eso, armar una niñez que le convenga a ese hijo, porque no todos los hijos son iguales. Algunos están bien con muchas actividades, otros capaz con una sola actividad, pero todos los niños necesitan un tiempo para descansar, para dormir lo suficiente, para jugar sin adultos, como siempre han jugado los niños en toda la historia humana, incluso necesitan tiempo para aburrirse.

Hoy le tenemos tanto miedo al aburrimiento que los padres, si los chicos dicen que están aburridos, se sienten culpables. «Estoy fracasando como padre»; «¿dónde está el iPad?». No, hay que dejar que florezca el aburrimiento para hacer volar la imaginación, dejarle ese espacio para que el chico pueda desarrollar sus capacidades, para que tenga el tiempo de mirar hacia adentro y mirarse a sí mismo. Menos actividades, menos tiempo frente a la pantalla y más tiempo para hacer nada.

Cada vez hay más personas a nuestro alrededor que han optado por la «desaceleración» y en esos pequeños actos están las semillas de un movimiento global o movimiento slow. Prueba a desacelerar tu ritmo diario y compruébalo por ti mismo/a.

Video charla TED «Elogio de la lentitud» de Carl Honoré

La conferencia en TED de Carl Honoré sobre las ventajas de la desaceleración ha recibido más de 2, 7 millones de reproducciones a la fecha. Aquí puedes verla:

O si lo prefieres escucha a Carl Honoré en esta charla hablando con un magnífico castellano sobre la filosofía Slow life en educación:

Recibe el artículo «»Slow life»: Elogio de la lentitud» en formato PDF

Si quieres recibir este artículo en formato PDF introduce tu correo electrónico.

También puedes generar un archivo PDF simplemente dando a «imprimir» (botón derecho del ratón) en un ordenador de sobremesa y elegir el formato «Guardar como pdf»