¿Cómo hablar con un adolescente?

Cómo hablar con un adolescente puede llegar a ser una auténtica odisea para padres y educadores. La naturaleza rebelde que en muchas ocasiones se manifiesta en esta etapa de la vida complica en gran medida la comunicación fluida entre padres, madres e hijos/as y también en el ámbito educativo. Son muchos los adultos que en alguna ocasión dicen desesperados «¡No se puede hablar con este niño/a!»

Desde la experiencia como profesora, madre y asesora he investigado muchísimo sobre el tema en diferentes ámbitos y muy especialmente el ámbito de la pedagogía, la psicología, la neurociencia y también la filosofía ancestral y moderna. A continuación encontrarás un resumen de las ideas y recursos más comunes propuestas por los expertos de todos esos ámbitos para facilitar la comunicación con un adolescente.

1. Antes de hablar, primero debes entender a un adolescente

¿Cómo hablar con un adolescente sin acabar en un conflicto verbal? Lo primero y más importante es prepararse para ello aprendiendo a entender lo que pasa por su mente, sus necesidades y también sus miedos. De esta forma podremos ponernos en sus zapatos y que sea más fácil para nosotros controlar la situación comunicativa y que no degenere en un conflicto. Te recomiendo leer ahora el artículo que ya hemos preparado «9 claves sobre cómo entender a un adolescente» para acercarte a su mundo y sus circunstancias.

En un estudio preguntaron a adolescentes que dijeran en su opinión las diez cosas que ayudaría a los padres a comunicarse mejor con ellos y esto fue lo que dijeron:

  1. Nada de sermones y lecciones.
  2. Habla poco y con cariño.
  3. No hables menospreciando nuestras ideas u opiniones.
  4. Escucha y no hables al mismo tiempo que nosotros estamos hablando.
  5. No te repitas.
  6. Si tenemos la valentía de decirte lo que hicimos mal, no te enfurezcas y sobrerreacciones.
  7. No preguntes demasiado como si fuera un interrogatorio judicial.
  8. No grites desde otra habitación  y esperes que vengamos corriendo.
  9. No intentes hacerme sentir culpable diciendo “tuve qye hacerlo porque tu nunca tienes tiempo…”
  10. No hagas promesas que no puedas cumplir.
  11. No me compares con mi hermano/a o mis amigos/as.
  12. No hables con mis amigos de mi o de mis cosas.

Ponte en sus zapatos

Escuchar es comprenderle poniéndote en su lugar y no haciendo juicios sobre lo que hace todo el tiempo. Solo necesitamos comprender cómo se siente, qué piensa cuando actúa de una forma determinada y qué quiere hacer a continuación. Cuando desarrollamos la empatía y el acercamiento hacia los sentimientos de otro dejamos de ver la situación solamente desde nuestra perspectiva y eso nos ayuda a comprender lo que vivió, cómo y por qué dejó de hacer algo o lo hizo.

Intentemos siempre ponernos en sus zapatos desde una actitud de amor y cariño hacia un ser que está luchando por entenderse y que aún no ha desarrollado estrategias para evaluar lo que le sucede y tomar las mejores decisiones. Por eso es bueno ayudarle a reflexionar y a analizar lo que le sucede y lo que siente. Cuando un adolescente habla, el padre, madre o docente tiene una ocasión extraordinaria de mejorar pues el diálogo entre ambos se da cuando el primero escucha y el segundo habla, no al revés.

2. Cómo hablar con un adolescente: Con las palabras justas

Otra queja frecuente de los adolescentes respecto a la comunicación con los adultos es que hablamos y sermoneamos demasiado. Ellos/as van a un ritmo mucho más rápido que les impide pararse mucho tiempo a escucha cuando nuestro discurso se alarga. Por ello es esencial que hablemos con concisión y precisión. Cuando hablamos demasiado solemos ser más proclives a enredar las cosas y a alejarnos de nuestros verdaderos sentimientos o también puede suceder que compliquemos y debilitemos nuestro discurso y una necesaria firmeza y autoridad para nuestro mensaje.

En muchas ocasiones los discursos mareantes a los que sometemos a los adolescentes solo sirven para poner en evidencia nuestras dudas y nuestros puntos débiles en el momento más inoportuno. Si nos pillan en un momento difícil emocional o profesional lo más probable es que utilicemos el «discursito» para rebajar o soltar tensiones internas que nada tienen que ver con ellos. Finalmente, con toda esa perorata que soltamos incluso haciendo referencia a otros momentos y actuaciones que no estén directamente relacionados, ponemos en entredicho nuestro equilibrio y nuestra credibilidad.

Por la boca muere el pez y, así ocurre en ciertas ocasiones en las que cuanto más hablamos más embarramos la conversación y empeoramos las cosas. Como en cualquier situación de vida, cuanto más hablas más probabilidades tienes de meter la pata, de contradecirnos o de invalidar un buen argumento que se nos haya podido venir a la cabeza. Con adolescentes es muy contraproducente hablar demasiado porque en dialéctica no hay quien les gane.

Los adolescentes no se callan jamás y siempre quieren tener la razón y la última palabra.

«Lo único que puede callarles es que lo que digamos nosotros sea más breve y más contundente. Si además es simple y profundo a la vez, mejor aún. De esta forma no les resultará tan sencillo pillarnos. Por otro lado, también hay que tener en cuenta que si ven que nos enzarzamos fácilmente en contiendas verbales con ellos, las van a provocar por la sensación de fuerza y de poder que tienen cuando consiguen sacarnos de quicio y porque, de paso, ellos liberan sus propias tensiones.»

Eva Bach Adolescentes: ¡Qué maravilla!

No ser repetitivos ni insistentes

Es muy importante no ser repetitivos y no decir lo mismo más de dos veces seguidas porque eso produce una especie de efecto «rechazo» inmediato y no nos tomarán en serio. Muy especialmente en aquellas ocasiones en que hay mar de fondo o en que tengamos que darles determinadas órdenes, tenemos que acostumbrarnos a hablar poco y claro, y a decir las cosas no más de dos veces seguidas. De lo contrario, lo vamos a tener magro para que nos tomen en serio. Advierte Ferran Salmurri que cuando los padres decimos las cosas cuarenta veces, los hijos a la primera no nos hacen ni remoto caso porque saben que faltan todavía treinta y nueve.

Solemos desahogarnos sermoneándoles o regañándoles hasta que hemos soltado toda la tensión y, sin darnos cuenta, comenzamos a mezclar otras cuestiones que no vienen al caso y, enredamos más las cosas. Perdemos claridad y, aunque tengamos razón, perdemos también autoridad.

Es normal que nos pongamos nerviosos cuando sabemos que hay que tocar algún tema delicado y que a veces prefiramos no decir nada, pero hay que buscar la mejor manera y decir lo que haya que decir. Cuando sabemos que es fácil que nos digan que no les rallemos o que tengamos un encontronazo antes de empezar, es bueno prometerles que nosotros vamos a poner de nuestra parte para hablarles con respeto y mantener la calma, y pedirles que ellos también pongan de la suya para no alterarse y poder mantener una conversación normal. Esto suele favorecer la contención tanto de los padres como de los hijos

No me ralles

«No me ralles» no siempre significa «No me lo digas cuarenta veces». En realidad, «No me ralles» significa: «No me hagas pensar», «No me hagas sentir», «No me hagas mirar con profundidad», «No me hagas crecer»… Las dudas, la angustia, los temores adolescentes ante el mundo adulto que les sale al paso son tan grandes, aunque no lo parezca, que es mejor evitar cualquier ocasión de incrementarlas. Al no hablar, les evitamos el esfuerzo que supone tener que acomodarse al mundo adulto. Por eso a veces niegan o rechazan la comunicación con los padres. No es un rechazo a nosotros ni a relacionarse con nosotros, es un mecanismo de defensa o de autoprotección.

3. Respeto mutuo para poder hablar

Lo que nos suele faltar a los padres y madres para poder ser afectivos y efectivos con nuestros hijos es contención. Contención no es reprimir lo que sentimos, sino expresarlo sin desbordarnos ni desbordarlos. Para contener a nuestros hijos no siempre hacen falta palabras, basta con nuestra presencia tranquila y comedida. Podemos estar frente a su enfado o su ira y frustración sin descomponernos ni alterarnos nosotras mismas. Si los adultos estallamos o saltamos a la mínima –lo cual nuestros hijos nos ponen realmente muy fácil–, nuestra labor pierde eficacia y profundidad.

Autoridad no significa gritar más que ellos o decir lo que tengamos que decirles más alto. A veces es t an simple como dejar las cosas muy claras con pocas palabras y de manera inamovible. Que se den cuentan de que no nos tiembla la voz al decirlo aunque estemos en calma y guardando la compostura. Podemos decir «Puedes insistir todo lo que quieras pero no vas a irte un fin de semana con tu s amigos a un chalet en Portugal. Y esta es mi última palabra.» Si no vacilamos y lo decimos con tranquilidad y firmeza el adolescente puede seguir protestando pero ya no diremos nada más.

«Si yo te hablo bien, tú me hablas igual de bien»

Si nos responden faltando al respeto o usando palabrotas, Eva Bach por ejemplo nos sugiere dejar claras unas normas para hablar y si no las cumplen nos damos media vuelta y terminamos la conversación. Por ejemplo la frase «Si yo te hablo bien, tú me hablas igual de bien, ¿entendidos? y si no por mi parte acabo esta conversación si vas a seguir usando ese vocabulario y ese tono conmigo.» Con esta frase basta. Basta con que les recordemos que si nosotros hacemos el esfuerzo de contenernos y de hablarles en un tono tranquilo y respetuoso, ellos tienen que correspondernos del mismo modo.

Y si no es posible, se dice «De acuerdo, creo que es mejor dejar esta conversación para otro momento en que estés/ estemos todos más tranquilos.» Si nos habituamos y les habituamos a hacerlo así, podremos comprobar que las palabras justas pronunciadas con el tono adecuado producen a menudo un efecto balsámico instantáneo y restablecen la escucha y la buena sintonía.

Saber contenerse y respirar

En realidad, saber contenerse es precisamente ser capaz de no decir nada más.

A veces nos viene con temas que nos enfadan mucho pero es crucial no perder los nervios porque eso no nos ayudará en nada. Aunque estemos a punto de explotar necesitamos respirar profundo y recordar qué es lo correcto en estos casos. Hemos de contenernos, no perturbarnos, poner buena cara y disimular para retomar el tema y hablarlo con ellos/as en otro momento, cuando nos hayamos calmado y hayamos podido reflexionar y pensar exactamente qué decirles y cómo al respecto.

4. La actitud para hablar

Al escucharle, debemos siempre pensar en positivo y estar receptivos porque es muy valioso todo lo que nos cuenta sobre él/ella. Si el momento en que el adolescente ha elegido para hablar es inapropiado para los adultos deberemos decirlo con sinceridad pero inmediatamente emplazándolo a otro momento sin que pase mucho tiempo. Este emplazamiento hay que comunicarlo con suficiente lenguaje gestual que exprese el interés y la ilusión que nos hace hablar con ellos.

Cuando hablemos con nuestros adolescentes debemos hacerles sentir suficientemente importantes por la atención que le prestamos y hacerles ver esto con nuestra actitud. Si les escuchamos lo hacemos con atención, no haciendo o pensando en otras cosas o con un actitud de que parece que estamos deseando que acabe para irnos a hacer otras cosas. Debemos escuchar con serenidad, como si pudiera contar con todo nuestro tiempo.

Debemos tomarnos en serio la escucha, incluso cuando pensemos que en principio el asunto no tiene importancia y es un nimiedad. Puede que lo sea para nosotros pero no para ellos/as. Podemos intentar escucharles con objetividad y distanciamiento, poniéndonos en su lugar y en su edad, con dulzura e implicación. Teniéndoles en cuenta y demostrándolo en algún gesto o formas de hablar para que sepa que le escuchamos atentamente, porque realmente nos importa lo que le pasa y queremos ayudarle.

Si nos ve serenos y dispuestos a ayudarle se sentirá más cómodo para hablar con nosotros porque realmente necesitan ayuda para resolver algún problema o situación desde la visión de alguien con más experiencia que ellos/as. A veces esperan de nosotros/as más que un consejo, una solución. Y cuanto más grave sea el problema, mayor optimismo hay que mostrar en la solución y mayor serenidad. Debemos transmitirle la confianza de que buscando los medios adecuados y con paciencia siempre se encuentra una solución y que un actitud negativa solo hace que el problema sea aun mayor de lo que es.

Nuestro objetivo es que cuando acabe la conversación nuestro adolescente se vaya más tranquilo porque sabe que tiene una ayuda en nosotros/as.

Y también que nosotros/as nos despidamos con nuestra sonrisa por habernos confiado sus problemas.

5. Practica la escucha activa

Una regla de oro para facilitar la comunicación es escuchar en silencio. Es obvio que para escuchar de forma activa tienes que estar en silencio y en el caso de los adolescentes no somos conscientes de los beneficios que tendríamos si estuviéramos más callados la mayor parte del tiempo. El ingrediente fundamental de la comunicación con los adolescentes es por tanto escuchar, no hablar y es precisamente la destreza menos desarrollada que tenemos.

Con frecuencia nos quejamos de que no nos escuchan, es como si directamente tuvieran tapones en los oídos o desconectaran y sintonizaran otra frecuencia diferente a la nuestra. Pero debemos preguntarnos si nosotros les escuchamos con una escucha activa real, si esperamos a que nos digan lo que nos tienen que decir o explicar antes de empezar con nuestro “discurso” según el tema, o petición que nos estén planteando.

Volviendo a la idea de que somos sus modelos… ¿crees que está aprendiendo de ti la escucha activa, es decir, escuchar primero y hablar después? Hemos de reconocer que la escucha activa no es fácil y no lo es porque durante un diálogo o conversación se meten por medio muchas cosas como nuestros pensamientos, prejuicios, sentimientos, nuestro propio ego, preguntas y dudas internas en relación a lo que nos estamos diciendo.

Y sobre todo nuestro YO que se vuelve omnipresente en cualquier conversación y tendemos a tomarnos las cosas muy a lo personal y yo diría que mucho más en el caso de nuestros hijos. Y ello es así porque tendemos a hablar mas de la cuenta y decirles cómo tienen que hacer las cosas todo el tiempo. A veces incluso nosotros fallamos en eso mismo que decimos y no somos un buen modelo pues no predicamos con el ejemplo.

Barreras que nos impiden escuchar activamente:

  1. En seguida nos volcamos en lo que les ocurre a nuestros hijos y vamos a “su rescate” sin apenas dejarles tiempo de verbalizar lo que piensan y sienten sobre ello, y por tanto intentar que sean ellos mismos los que reflexionen y averigüen o solucionen el posible problema que se les plantea
  2. Interrumpir cuando nos hablan para meter una enseñanza moral o “lección” de la vida,
  3. Neutralizar, rechazar o banalizar rápidamente en la conversación sus propios sentimientos haciéndoles ver qué otros sentimientos deberían tener en vez de esos. “No seas tonto y te ralles si Juan no ha querido hoy llamarte para salir con los amigos, tienes que estar contento porque así tendrás tiempo para hacer otras cosas…”
  4. Saltar rápidamente con nuestra propia opinión sobre un tema porque es algo que realmente nos preocupa internamente pero queremos aparentar estar muy seguros pero de algo delante de nuestros hijos y así evitar que ellos mismos duden sobre ello. 
  5. Tomarnos las cosas muy personal y saltamos a la defensiva sobre algo que probablemente no tenemos tampoco resuelto nosotros mismos o nos “escuece” en silencio.
  6. Usar la información que nos dan durante la conversación para inmediatamente tomar medidas de castigo, o para criticarles o asignarles un adjetivo denigrante por su comportamiento o forma de pensar.

Qué hacer:

  • Escuchar y no hablar apenas, salvo con muletillas que le animen a seguir contándonos lo que quiere. Sin prisa.
  • Escucharle como si se tuviera todo el tiempo del mundo.
  • Escucharle como si lo más importante del mundo fuera en ese momento escucharle.
  • Procurar que esté sentado en un sitio cómodo y agradable.
  • Demostrar complacencia con su conversación, diga lo que diga. Aunque incluso lo que se esté escuchando en boca del hijo esté resultando doloroso.
  • Decirle que puede contar lo que sea, para intentar ayudarle en poner la solución, porque todo tiene una solución.
  • Partir de cero en las conversaciones. No comentar anteriores charlas, si él no hace referencia a ellas.

6. Aprovecha estos tres modos de comunicación

Siguiendo la propuesta de Antonio Ríos, recogemos tres modos o medios para comunicarse con los adolescentes: la comunicación afectiva, efectiva y superficial.

1. Comunicación afectiva

Es la comunicación que se establece cuando vienen ellos a hablar contigo; ellos deciden venir a tu encuentro, ellos regulan el tema y la cantidad de información que desean compartir contigo y van dirigiendo la conversación. ELLOS HABLAN… Y esperan que TÚ ESCUCHES, y que lo hagas sin interrumpirlo, sin corregirle, sin hacer anotaciones a lo que te está comentando. En algunos momentos, tiene la necesidad de comentarte algo de su vida, de transmitirte alguna situación, sentimiento o pensamiento que le agobia y decide hacerlo de un modo compulsivo. No reflexiona previamente ni piensa si es el mejor momento para ti (si estás cansada, o llegas tarde al trabajo… no piensan en eso).

Tu hijo o hija de repente te cuenta algo que le pasó en el instituto o anoche cuando salió pero te lo cuenta como si no tuviera mucha importancia aunque está claro que si te lo está contando es porque tiene mucha importancia para ella y porque quiere saber tu opinión. Pero no quiere que tu lo tomes muy en serio no vaya a ser que saltes por peteneras y le montes un sermón a cuenta de ello. Si comienzas a mostrar demasiado interés o a interrogarle pensará que piensas que es malo o grave y decidirá minimizar importancia del tema y cambiar el contenido. Lo has intimidado.

Recuerda: ELLOS HABLAN… Y esperan que TÚ ESCUCHES, y que lo hagas de un modo no directo: Sigue haciendo lo que estés haciendo y no lo dejes de hacer hasta que él termine la conversación. Deja que siga hablando. Utiliza pequeñas expresiones que mantengan la conversación pero no metan tu opinión. Por ejemplo: «¿Sí?», «No me digas…», «¿De verdad?», «Anda»… Y así, hasta que él finalice la conversación: ya te ha comunicado todo lo que necesitaba expresarte y que desea que tú sepas.

Si ha comentado alguna actitud o conducta inapropiada en su relato no se lo comentes mientras está hablando. Grábate eso que te gustaría decirle pero no se lo digas en ese momento. Al rato o al día siguiente, donde os pille y en un momento que tú veas adecuado, le haces referencia a ese contenido o actuación que no te pareció adecuada y se lo haces saber de un modo sereno y sin más importancia.

Por ejemplo: «Juan, ayer, cuando me comentaste aquello del pub del fin de semana, cuando estábamos en la cocina, al terminar, luego me quedé pensando, y creo que aquello que me comentaste (…) no me parece muy adecuado, o muy correcto, o muy acertado o propio de una persona como tú…».

No le digas nada más porque ya lo has reconducido y le has hecho saber de este modo que hubo algo que no te pareció adecuado. No entres en un debate o discusión extensa (si la cosa no es lo suficiente grave) y no quieras aclarar más la situación. No aproveches para sermonearle ni para contarle tu vida de adolescente. Si o presionas no volverá a contarte nada. Recuerda lo difícil que es que los adolescentes se abran y nos cuenten cosas.

2. Comunicación efectiva

Es la comunicación que se establece cuando tú vas a hablar con ellos y, por lo tanto, ellos no deciden ni el momento, ni el lugar, ni el contenido por tanto de entrada se sienten invadidos y obligados a escuchar tu charla o «sermón». Tu hijo o hija adopta una actitud pasiva y te lo hace saber con su lenguaje gestual Puede llegar a no mirarte directamente pero sí que te escucha, siempre que tú no te alargues ni te repitas mucho. Es importante que, en este tipo de comunicación, tú, padre o madre de hijo adolescente, seas muy concreto, conciso y breve porque ellos y ellas desconectan su atención muy fácilmente.

Aprovecha el final de una comida o un momento intermedio para abordar a tu hijo o hija y comentarle: «Marta/Juan, te quería comentar…», y lanzas tu mensaje breve, conciso, concreto, sin rodeos y sin ser repetitivo. No esperes a que te responda con interés y se establezca un diálogo fluido y atento como con un adulto, porque no lo es. Incluso puede ocurrir que le de la «vena» de sentirse intimidado, aunque sea sin razón obvia, y esté deseando irse cuanto antes de la conversación.

3. Comunicación superficial

Es la comunicación que se establece cuando se habla de temas que no tienen que ver con nada personal, ni de los padres ni de los hijos. Son conversaciones sobre temas de actualidad o simplemente superficiales de la vida cotidiana en los que no hay que no hay implicación personal y que no afectan a la convivencia ni a la relación familiar. Este tipo de comunicación debemos favorecerla todo lo que podamos para favorecer un buen ambiente y un clima distendido entre nosotros.

Lo bueno es que son momentos donde no existe (o no debería existir) cabida al conflicto y enfrentamiento y nos vienen muy bien para saber qué es lo piensa y para que se sientan a gusto hablando con nosotros sin sentirse intimidados y libres para darnos su opinión.

Es un excelente momento para fortalecer el vínculo comunicativo conversando sobre temas que ele interesan como el deporte, moda, música que le gusta, hobbies o temas sobre los que investiga en vídeos de Youtube. Un tema del que les encanta hablar es de cotilleos sobre la vida social de gente de su edad de vuestro entorno y así os pueden contar sucesos en los que ha estado implicado o sobre cosas que hacen los chicos y chicas con los que se mueve. Es una información valiosa sobre su mundo que no podemos dejar escapar.

Pueden surgir diferentes momentos propicios para este tipo de conversación desde las comidas, trayectos en coche, en algún evento al que asistimos juntos o simplemente cuando coincidimos en el salón u otro espacio común.

Vídeo del psicoterapeuta Antonio Ríos: Cómo hablar con un adolescente

No te pierdas el excelente vídeo de Antonio Ríos donde explica los tres modos de comunicación que acabamos de ver:

Negocia

No gano todo lo que quiero, pero gano más que si no cedo. Esta es la estrategia que el adolescente, por su inmadurez, no ha aprendido y le cuesta aprender mucho: «que si cede, gana más». Recordad que el adolescente vive el conflicto como un pulso. Nuestro reto es conseguir educarle sin llegar al conflicto y hacer todo lo posible para que todas las partes implicadas acaben bien.

Si es preciso tendrás que reconducir muchas conversaciones para no acabar en un conflicto o en un rechazo absoluto por su parte por ejemplo, a una propuesta tuya. Los adolescentes suelen negarse a casi todo lo que se les proponga que no sean sus deseos o necesidades. Por ello es preciso ir poco a poco enseñándoles a asumir que no siempre tiene que ser todo exactamente como ellos quieren, que hay que ceder para que todo el mundo esté contento.

Hemos de ir poco a poco limando su egoísmo y esa tendencia a mirar solo por sus intereses sin importarles los demás.

como hablar con un adolescente

7. Enséñale el lenguaje de los sentimientos

Según Jane Nelsen en su libro «Disciplina positiva» necesitamos aprender a comunicarnos con los adolescentes desde el corazón y las tripas usando palabras que expresan sentimientos. En vez de esconder los sentimientos y centrarnos en lo objetivo, estricto y racional tenemos que apelar a los sentimientos y ayudarles a identificar sus propios sentimientos. Una vez sepan identificarlos podrán expresarlos mejor y eso será sin duda una enorme ayuda en su desarrollo emocional como persona y en vuestra relación.

La tristeza, la soledad, el amor, la compasión, la empatía y la comprensión, por ejemplo, son sentimientos que vienen del corazón. La honestidad, el miedo, la ira, la valentía son sentimientos que vienen de las tripas. En unas ocasiones será necesario el frío análisis y juicio de nuestro cerebro. Todo dependerá de la situación que echemos mano de la expresión de unos u otros sentimientos.

La solución a muchos problemas de comunicación es encontrar un equilibrio entre cómo reconocer y gestionar nuestros pensamientos y nuestras emociones.

Se nos ha enseñado a no enfadarnos y a no ser honestos si eso supone decir la verdad que sentimos y herir los sentimientos de otra persona pero esa represión interna de los sentimientos  provoca que todo se quede dentro y vaya enquistándose en silencio. Una de nuestras responsabilidades como padres y educadores es ayudar a los adolescentes a que reconozcan y entiendan sus sentimientos y que se sientan cómodos a la hora de expresarlos desde el respeto hacia sí mismo y hacia los demás.

No hay sentimientos malos ni buenos y los adolescentes tienen que saber que es normal que uno/a tenga a veces sentimientos positivos y negativos. Tampoco hay que hacer un drama de ello ni sufrir por tener unos sentimientos ya que sentir no es lo mismo que hacer. Sentir que estoy tan enfadada con mi padre que le estamparía contra la pared no es lo mismo que hacerlo realmente y no tengo que sentirme culpable por sentirme así. Tener a veces sentimientos negativos no te hace una mala persona y todo el mundo los tiene alguna vez.

Cuando identificamos y expresamos nuestros sentimientos tomamos una distancia necesaria para ser más capaces de gestionarlos y de solucionar los posibles problemas que delatan.

Identificar, reconocer, saludar a nuestros sentimientos es un ejercicio maravilloso que podemos practicar desde el Mindfulness. Los sentimientos son como una bola de pelo para los gatos que son muy limpios y tragan mucho pelo de limpiarse que luego es expulsado normalmente a las heces pero cuando tienen demasiado pelo lo echan por el hocico en forma de bola. Con los sentimientos pasa lo mismo, cuando la bola se hace demasiado grande dentro hay que echarlo fuera y mejor que sea voluntariamente y no en forma de depresión.

La formula de “Me siento…y me gustaría….” es una formula para expresar los sentimientos de forma respetuosa y verbalizar un deseo para lograr una solución, si es posible. “Me siento enfadada cuando veo que no has metido los platos en el lavavajillas. Me siento así porque me gusta ver la cocina limpia y cocinar con todo recogido. Me gustaría que que los recogieras antes de que yo empiece a cocinar.” 

En esta fórmula tanto padres, adolescentes o educadores expresan sus sentimientos con “Me siento….” , y pueden añadir la causa de ese sentimiento, “porque….” y el deseo futuro “me gustaría….” para cambiar las cosas o que no sucedan de nuevo. esta formula les ayuda a expresar y validar sus sentimientos.

Ejemplo de la formula: “Apaga inmediatamente el ordenador y ve a tirar la basura”… “Cómo te sentaría si estando en el ordenador trabajando yo te pido que hagas lo que sea en este momento…”  “Ok, tu odias que yo te diga que hagas algo en este mismo momento porque no estoy respetando tu tiempo y tus intereses. ¿Te gustaría que te diera más avisos o más opciones sobre cuando sería conveniente que tiraras la basura? ¿Cuándo tirarás la basura voluntariamente?”  “Cuando acabe esta partida.”  “Me vale”

Consejos generales para una comunicación cercana, eficaz y satisfactoria:

  1. Utiliza el lenguaje gestual para mostrar tu interés en la conversación.
  2. No interrumpas cuando habla tu hijo o hija salvo con pequeñas expresiones que enfaticen tu interés en lo que te cuenta.
  3. Concéntrate solo en escuchar y no en «imaginar» lo que te va a decir. No te anticipes a lo que tiene que decirte, déjale que te lo cuente él o ella con sus palabras.
  4. Trata de identificar sus sentimientos y sus emociones mientras te hablar. ¿Está relajado/a, alegre, preocupado/a…?
  5. Comparte sus sentimientos de forma empática para que se sienta a gusto y en sintonía contigo incluso aunque lo que te cuente te parezcan cosas sin ninguna importancia. Si tu hijo/a habla sobre ello no debe ser irrelevante en su vida.
  6. Evita juicios o soluciones anticipadas a lo que él te plantee.
  7. No intentes contraargumentar todo lo que te vaya comentando.
  8. No le interrogues constantemente.
  9. Observa sus gestos, sus posturas, sus silencios, sus distancias…
  10. No uses expresiones que infravaloren su discurso o su tema de conversación del tipo «Bah! eso es muy común, le pasa a todo el mundo» … «esas cosas no tienen ninguna importancia» …. «eso son tonterías» … «ya sé lo que me vas a decir…»
  11. Intenta no generalizar cuando des tu opinión sobre lo que te cuenta usando palabras como «nunca, nada, jamás, todo, siempre».
  12. Antes de comentarle una crítica o una corrección, comienza reconociendo coas positivas que él/ella tiene ya sean ideas, sentimientos o posturas ante un hecho.
  13. Trátale con respeto y no uses expresiones que le humillen o descalifiquen del tipo «¿Tu eres tonto/a? ¿Por qué piensas…» Este tipo de expresiones a veces nos salen sin pensar y no somos conscientes de la carga emotiva que tienen para ellos/as.
  14. Reconoce su identidad diferente con respecto a los demás. No generalices incluyéndole en comportamientos o actitudes negativas de la juventud.
  15. Nunca compares a tu hijo con nadie, ni para lo bueno ni para lo malo, y mucho menos con sus hermanos y hermanas.
  16. Cuida mucho que tu lenguaje corporal sea acorde con estos consejos y apoye tu intención comunicativa.

Sigue ahí porque te necesita, aunque le ralles

No desistas y no abandones nunca tu papel de padre y madre. No te canses de preguntarles cómo están, cómo les fue, pero solo tres preguntas, a la cuarta ya lo agobias. No te quedes en el «no me agobies, no me preguntes, no te intereses por mí», acepta el monosílabo como respuesta y pregúntale, interésate.

No podemos caer jamás en el cansancio y en la renuncia porque nuestros hijos e hijas nos necesitan aunque nos griten que no quieren vernos ni hablar con nosotros.

No dejes de preguntar, porque hacerle dos o tres preguntas, sin interrogatorio, es lo que entienden ellos como que «le importo», «le intereso» o «está pendiente de mí». Esta es una de las grandes funciones parentales en la etapa de la adolescencia: acompañar, pero de otra manera, de otro modo, sin apearte de la vida de tu hijo, intentando acompañarlo a pesar de lo paradójico que resulta la convivencia con tu hijo adolescente.

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