El yo y la No-dualidad

Uno de los conceptos más revolucionarios en la cuestión de la identidad es sin duda el de la no-dualidad y la deconstrucción del yo. Tomando como referencia el excelente libro de Javier García Campayo Vacuidad y No-dualidad, comenzamos a explorar este concepto y todo lo que podemos aprender de él para vivir más plenamente y deshacernos de un dualismo que enaltece al Yo y al Ego que tantos problemas nos trae.

García Campayo inicia su libro con un maravilloso poema de Juan Ramón Jiménez sobre la dualidad del ser humano:

«Yo no soy yo»

Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

La vida es plena en si misma. Con la aparición del Ego, la identidad o el yo separado, vienen añadidas las ideas, los deseos de llegar a ser y de satisfacción de estos deseos. Asumiendo una carencia, me dirijo a buscar cómo satisfacerla. Esto es básicamente como funciona el mecanismo de la dualidad. En contra

El concepto de la no-dualidad es algo muy potente y para nada novedoso. Grandes pensadores de la antigüedad en el mundo occidental y sobre todo en oriente, ya manejaban este concepto para describir la realidad. En general, la no-dualidad niega cualquier distinción entre la mente y el cuerpo, la trascendencia y la inmanencia, los medios y los fines y, especialmente, la no-dualidad entre sujeto y objeto, entre el yo y los otros, que es el aspecto más importante. Estas afirmaciones se encuentran en todas las religiones, pero son más frecuentes en la literatura mística abrahámica y en tradiciones asiáticas como el budismo, el vedanta y el taoísmo.

Ya lo decía el filósofo griego Plotino: «No hay dos; el espectador es uno con lo contemplado; no se
trata de una visión global sino de una unidad aprehendida». No existe afirmación filosófica o religiosa más provocadora ni contraintuitiva que la que habla de la ausencia de dualidad entre el vidente y lo visto, una afirmación a la que no es ajena la tradición occidental. Místicos tan renombrados como Meister Eckhart, Jakob Boehme y William Blake, por nombrar sólo unos pocos, han expresado de manera incuestionable su total convencimiento de que esta experiencia es más real que nuestra habitual experiencia dualista.

Los filósofos, por su parte, no han solido ser tan claros, aunque pensadores como Spinoza, Schelling, Hegel, Schopenhauer, Bergson, Whitehead, Nietzsche, Heidegger y Wittgenstein también parecen haberse referido, de un modo explícito o implícito a la no-dualidad.

El yo y la No-dualidad ¿Qué podemos aprender de la no-dualidad?

Invariablemente, las dualidades son descritas como ilusorias y problemáticas, como una fuente de insatisfacción. En un lenguaje más contemporáneo diríamos que son constructos psicológicos y sociales que a veces son necesarios, pero que no deben confundirnos. Un niño, por ejemplo, no nace con una conciencia de estar separado de los otros. El sentido de un yo separado se desarrolla conforme crece y aprende a usar palabras como «yo», «mi» o «mío».

Estructurado sobre nuestros patrones habituales de pensar, sentir y actuar con otros, el sentido dualístico del yo también es un componente social. El niño aprende a verse a sí mismo como le ven los otros, y por eso no es extraño que siempre sea muy sensible a la evaluación de los demás. El hecho de que el yo sea un constructo abre la puerta a una posibilidad que la moderna psicología justo está empezando a explorar:

las meditaciones deconstructivas pueden conducir a experimentar el mundo y a nosotros mismos en el mundo de una forma diferente, no-dual.

Este es un territorio familiar para los no-dualistas entrenados en la espiritualidad asiática, que durante milenios ha enseñado meditaciones que pretenden alcanzar esa condición. El descubrimiento contemporáneo de dichas tradiciones y prácticas ha sido uno de los grandes beneficios de la globalización, permitiendo que se inicie una fructífera conversación entre Oriente y Occidente.

El libro de García Campayo combina un profundo análisis de lo que la psicología occidental ha descubierto sobre la naturaleza del yo y el ego con una profunda apreciación de lo que las religiones asiáticas tienen que ofrecernos. Explica claramente los problemas producidos por la comprensión dualista de nosotros mismos y nuestra relación con los otros, y ofrece introducciones al budismo, vedanta y taoísmo que subrayan lo que estas tradiciones enseñan en respuesta a estas cuestiones.

J. A. Grimes lo define como «un estado de consciencia maduro en el que la dicotomía “yo-los otros” es transcendida y la consciencia es descrita como “sin centro” y “sin dicotomías”»

Existen muchas dualidades y según David Loy estas son algunas de las mas importantes:

  1. Dualidad de conceptos bipolares: bien/mal, ser/no-ser…
  2. La dualidad en la meditación: Es decir, si meditamos para un fin, distinguiendo entre medios y fines, o si meditamos sin objeto, por el placer de hacerlo.
  3. La dualidad de este mundo frente a otro más elevado: Samsara/Nirvana, cielo/infierno… Según el filósofo Nagaryuna, no hay diferencia entre estos dos mundos, no son dos lugares diferentes. Si lo percibimos de forma dual, como una colección de experiencias separadas, es Samsara; pero si comprendemos de forma no-dual qué es, somos parte de este mundo, que todo es lo mismo, es Nirvana. La idea no es dejar de percibir el mundo de forma dual, sino no dejarnos atrapar por ello y comprender que, junto a esa verdad relativa, se encuentra la verdad absoluta de la no separación.
  4. La Dualidad objeto-sujeto: Es la dualidad más intrínseca al ser humano: sentirnos separados del resto del mundo, de los demás seres y objetos. Es nuestra tendencia a ver el mundo como una colección de objetos que nos rodean o percibimos con los que interactúa nuestro yo-sujeto.

¿Cómo se desarrolla el Yo y el autoconcepto en la vida y en la cultura?

El elemento más determinante en nuestra experiencia de la dualidad en este mundo es el Yo y el autoconcepto. El autoconcepto es el conjunto de ideas que una persona tiene sobre sí misma, sobre sus características.

Se caracteriza por la identificación con el cuerpo, con un sujeto que siente, piensa y quiere. Habría un autoconcepto social derivado de la identificación y pertenencia a grupos sociales y de la no pertenencia a otros grupos; por ejemplo: «Soy español (no de otro país), católico (no de otra religión), seguidor del Real Madrid (no de otro equipo)».

Junto a ello, estarían los atributos individuales, específicos de nuestra biografía única, basados en nuestra historia personal; por ejemplo: «Me llamo Juan Fernández, tengo tres hermanos, estudié en tal colegio». El autoconcepto, tanto el social como el individual, tiene un origen social.

Hay diferentes teorías sobre el contenido del autoconcepto aunque en geenral abarca varios aspectos:

1. Material: aquí se incluyen la apariencia física (p. ej., soy guapo/feo; bajo/alto, gordo/delgado, o cualquier otra descripción del cuerpo) y los bienes materiales que se poseen (tengo un coche, una casa, un balón, una tablet o un iPad).

2. Social: implicaría las relaciones con los otros (p. ej., tengo buenas amistades, tengo tales enemigos, me llevo bien con mis padres) y las reacciones de los otros hacia uno mismo (p. ej., soy popular, me consideran bromista).

3. Psicológico: está constituido por atributos como: Rasgos, conductas o sentimientos habituales: es lo que constituye una de nuestras principales definiciones (p. ej., soy sincero, celoso); Gustos o aficiones: aquello que nos atrae en todos los ámbitos (p. ej., me gusta el senderismo o la tortilla de patata); Aspectos éticos y valores: se consideran nucleares en muchas personas (p. ej., me gusta ayudar a la gente, soy fiel y sincero);

El yo y la No-dualidad: Evolución del autoconcepto con la edad

El sentido de sí mismo parece desarrollarse hacia los dos años, con la aparición del lenguaje. El diálogo interno, la charla que mantenemos continuamente con nosotros mismos, empieza a la vez que el diálogo externo, el que mantenemos con las otras personas.

Hacia los 7-8 años, con el diálogo externo bien establecido, el diálogo interno autorreferido es continuo y uno empieza a describirse a sí mismo. El niño inicia esta descripción mediante atributos físicos pasivos (p. ej., soy alto, rubio). Posteriormente, se describe de forma conductual, relatando sus habilidades, de forma comparativa, en relación con las expectativas sociales (p. ej., soy rápido, hablador). Más tarde se usan atributos sociales (p. ej., tengo muchos amigos, dicen que soy bueno haciendo tal cosa).

Después de los 7-8 años, predominan los rasgos psicológicos como principal «diferenciador» del yo. Inicialmente, los niños van a describir sus rasgos psicológicos de forma extrema, con una visión dicotómica de «todo o nada» y de forma global (p. ej., soy tímido o decidido). Los atributos negativos de uno mismo suelen aparecer alrededor de los 9 años.

Hacia los 10-12 años, la persona se describe según sus rasgos de personalidad. Durante la adolescencia temprana, los rasgos más importantes son las competencias relacionales o interpersonales, porque la importancia que se da, a esta edad, a la aceptación por los pares es enorme. Por último, en la adolescencia tardía, los atributos psicológicos y sociales son integrados en una visión global de la personalidad.

La continuidad del Yo y la definición de la identidad

Un tema clave para el mantenimiento del yo, como veremos en los próximos capítulos, es la continuidad de la identidad y de la singularidad. Esta continuidad se sustenta en el nombre, el cuerpo, las pertenencias sociales y las preferencias consideradas como inmutables.

La singularidad, que se fundamenta en la comparación con los otros. Una característica de finales del siglo XX y comienzos del XXI es la necesidad de las personas de estructurar la singularidad, de ser diferentes a los otros. Sienten la necesidad psicológica de desarrollar una combinación única de rasgos psicológicos, conductas, aficiones. «Yo solo soy si soy diferente a los demás».

La continuidad de la identidad no excluye el cambio, que está en la base de todos los fenómenos, como afirma el budismo. De esta forma, el sentido de permanencia se extrae a partir de una narrativa coherente entre el pasado, el presente y el futuro; es decir, se puede seguir siendo uno mismo cambiando.

Diferencias culturales en el desarrollo del yo a lo largo de la evolución humana

En las culturas primitivas de Egipto y Mesopotamia o las nativas americanas todo estaba conectado con una creencia religiosa profunda de que el mundo tenía que ser así, siguiendo un orden universal lo que favorecía el sentimiento de conexión con el entorno y de pertenencia. La cultura griega rompe este esquema y comprende que el ser humano no tenia por qué seguir los dictados del orden natural y podía libremente escribir su historia y cambiar el entorno. Surge la democracia ye el sentido de libertad t empoderamiento, dando alas a la sensación de YO.

En las diferentes culturas se puede distinguir de forma general dos tipos de autoconcepto que por su puesto varían dentro de cada país, etnia y entorno familiar:

  • Autoconcepto colectivista: Asia, Africa y Latinoamerica. Suelen ser culturas menos extrovertidas y sus normas pueden producir mayor ansiedad (se castiga e desviarse de las expectativas culturales)
  • Autoconcepto individualista: Europa, Norteamérica y Australia. Son culturas que valoran los ideales del yo como autorrealización del individuo pero que generan una mayor depresión cuando no hay recompensas y hay frustración por no lograr esos ideales.

Constructos relacionados con la deconstrucción del yo

La práctica de mindfulness y de otros tipos de meditación va a desarrollar algunas cualidades de la mente que están relacionadas con la deconstrucción del yo. Las más importantes son la metacognición, el descentramiento y el no apego. Podríamos decir que hay una especie de gradación en la deconstrucción del yo, siendo la metacognición el proceso menos relevante y el no apego el más potente para ese desmantelamiento del yo, quedando el descentramiento en una posición intermedia.

A continuación vamos a conocer estos factores, cómo se miden y su relación con la meditación y con la deconstrucción del yo.

1. La metacognición: describe la capacidad de reconocer el estado mental de uno mismo, tolerándolo y regulándolo, reconociendo simultáneamente la mente de otro con un contenido mental diferenciado del propio. El insight metacognitivo que se propone desde mindfulness permitiría a las personas observar sus pensamientos desde la no identificación con estos, facilitando una nueva relación con ellos. La metacognición es lo contrario a lo que ocurre en ciertas patologías, como la depresión, en que las personas tienden a «engancharse» en el contenido negativo de sus experiencias

2. El descentramiento: También llamado defusión o metaconsciencia, es fundamental en el desarrollo del insight metacognitivo. Se describe como la capacidad de centrarse en el presente desde una postura sin prejuicios hacia pensamientos y sentimientos, de manera que puedan ser aceptados. Esta toma de distancia respecto a los contenidos mentales permite al sujeto tener en cuenta otras perspectivas, reconocer la subjetividad del propio pensamiento y no identificarse con él.

El proceso de descentramiento otorga un papel activo al sujeto en su proceso de construcción de la realidad. Al reconocer la subjetividad y volubilidad de los contenidos mentales (desidentificación e impermanencia), el sujeto se hace cargo de cómo los está viviendo y qué está entendiendo de ellos. El entrenamiento en descentramiento es un eje central en las intervenciones basadas en mindfuness y está estrechamente relacionado con el aumento de sensación de bienestar y la reducción de síntomas depresivos.

3. El no-apego: Es un constructo que se basa en las enseñanzas budistas y que se define como una forma flexible y equilibrada de relacionarse con las experiencias sin suprimirlas o quedarse atrapado por ellas. Es la cualidad subjetiva caracterizada por una ausencia de fijación en las ideas, imágenes u objetos sensoriales, así como una ausencia de presión interna para agarrarse, evitar o cambiar las circunstancias o experiencias.

El no apego es uno de los principales mediadores ligado a los beneficios en el bienestar psicológico que se obtienen con mindfulness. El no apego incrementa la flexibilidad psicológica, la no reactividad, la percepción objetiva, la compasión y el desengancharse de las emociones difíciles, a la vez que reduce el egoísmo. Se asocia directamente a mindfulness, no reactividad, autocompasión, conexión social, empatía, generosidad y bienestar psicológico (Sahdra y cols., 2010), así como a conducta prosocial.

El yo y la No-dualidad: ¿Cómo funciona el Yo?

Cuando no crees que eres esto o lo otro, todo conflicto cesa.

Yo soy eso SRI NISARGADATTA MAHARAJ

El apego al yo en Occidente así como la importancia y el reconocimiento que se le otorga, son extremos. La cultura occidental, desde los albores de la religión, defiende una dicotomía basada en una parte de nuestro proceso mental, que es pura y que se denomina «alma», y que, sin una connotación tan religiosa, también se ha denominado conciencia. Existiría otra parte, instintiva y pecaminosa, ligada a las necesidades básicas del cuerpo, como la sexualidad o el apetito. Nuestra vida, según las religiones monoteístas, sería una lucha entre ambas instancias que se establece dentro de «nuestro yo», y, según el resultado, obtendremos una recompensa o un castigo en la otra vida.

Algunos grandes filósofos occidentales han tocado este tema. Así, Kant considera que Dios, Mundo y yo son ideas a priori, universales y necesarias, pero sin correlato empírico, de manera que no producen un verdadero conocimiento. También Hume lo etiqueta como una idea ilegítima y sin correlato empírico. Schopenhauer se refiere a la individuación de la Voluntad, como fuerza que rige el mundo. También Nietzsche considera que el yo es, básicamente, la voluntad. Descartes identifica conciencia con yo y considera que es una naturaleza pensante, lo que quiere y no quiere, lo que imagina y siente.

Wittgenstein afirma que el yo es una sombra gramatical, una idea muy similar a la que defiende el budismo, que afirma que el yo solo se sostiene por el diálogo interno. También la psicología occidental identifica yo y conciencia, como se observa en la teoría del Ello, yo y Superyó de Freud. Esta ciencia dedica un gran esfuerzo a analizar el yo, que podría identificarse con la personalidad. En suma, Occidente jamás se planteó la deconstrucción del yo en el sentido budista, porque siempre mantenía la conciencia/alma, identificada de alguna forma con el yo, como una instancia inmutable.

Pero en la tradición oriental, tanto el hinduismo, sobre todo la escuela Vedanta Advaita, como el budismo consideran como una enseñanza fundamental la no existencia de un yo sólido y permanente. Por eso, cuando el budismo se extendió por Occidente, surgieron dos grandes corrientes: los detractores, que lo llamaron «nihilista», por considerar que negaba la existencia de un alma o un yo, y algunos «defensores», a quienes cautivó la teoría de la reencarnación, porque era una forma de convertir el alma en eterna. Ambas visiones son erróneas. El budismo no niega que exista un yo, lo que niega es que exista como nosotros lo percibimos: como un continuo permanente.

El Yo convencional es aquel que nombramos con las palabras «yo, mi mío, a mí….» y que son necesarias para movernos por el mundo. Lo mismo ocurre cuando hablamos de otra persona, le asignamos una identidad. Tenemos que seguir usando estos términos aunque pongamos en duda el yo a nivel filosófico y siempre sabiendo que el YO real no es la realidad última sino una realidad convencional. El problema es qe al usar continuamente «yo. mi , lo mío» nos hace creer que el yo es algo real, pero no lo es. Es una ilusión.

Por otro lado es muy difícil, de hecho imposible definir ese YO como una realidad inherente y constante. Tenemos miles de contradicciones en nuestro Yo: A mis emociones les gusta un chico y a mis deseos también pero mis pensamientos me dicen que eso no es correcto perseguirle porque tiene esposa. Y nos deberíamos hacer estas preguntas:

¿Cuántos yoes somos?

Cuando donamos un órgano para un trasplante, ¿damos parte de nuestro yo, o solo es una parte del cuerpo?

¿Nuestras creencias religiosas forman parte del mismo yo que, aquí y ahora, oye el canto de un pájaro?

¿Nuestro yo cambia continuamente, como mi cuerpo, que envejece cada día, o permanece estable, como mi personalidad, que se forjó en la juventud y apenas cambia, según afirma la psicología?

¿O es que ambos no son el mismo yo?

Por supuesto, estas incongruencias han sido descubiertas por los pensadores occidentales. Filósofos de la agudeza de Ludwig Witgenstein afirman que: «el yo es solo una sombra generada por el lenguaje». El concepto del yo es una convención social que nos permite no discutir sobre aspectos como: La posesión de las cosaso las normas sociales. No es un problema usar la convención social del «yo» cuando hablamos entre nosotros para situar dónde está ocurriendo una experiencia (dentro o fuera de mí). El problema es creer que ese concepto existe.

No-self y not-self

En español es difícil ver esta diferencia, pero en inglés sí se puede. El budismo no niega la existencia del yo, porque piensa que existe una cierta sensación del yo, sino que niega la existencia del yo tal y como nosotros la tenemos conceptualizada. En las discusiones de la filosofía budista sobre la no existencia del yo, un tema clave es «entender el objeto de negación», porque lo que se defiende no es que no haya un yo sin más, sino que cualquier objeto al que queramos atribuirle la cualidad del yo no es el yo.

Lo que se dice en la tradición budista, y que traduciríamos por «not-self», es que «esto (lo que sea) no es el yo». Es decir, que cualquier cosa que confundamos con el yo (por ejemplo, el cuerpo, la mente, mis actos o mi voluntad) no es el yo. Pero si no hay nada que confundamos con el yo, no se puede rebatir el yo, porque no hay base de negación. Algunos autores expertos en este tema, como Guy Armstrong (2017), piensan que ambas expresiones pueden ser válidas, pero que «not-self» es más precisa.

En definitiva: se niegan las identificaciones que tiene el yo en un sentido posesivo: «mis pensamientos», «mis sentimientos», «mis deseos», «mis acciones». ¿Por qué se niegan estas posesiones? Porque el yo, como algo continuo, no aparece por ningún sitio, al margen de esas identificaciones o posesiones pretendidas. El yo es solo una idea o sensación.

El mecanismo fundamental del yo es la auto-identificación, pues nos identificamos contantemente con nuestro cuerpo («Tengo 40 años» vs «Mi cuerpo tiene 40 años»), con nuestra mente («Soy atea» pero ¿puede que dentro de 10 años no lo sea?), con nuestras emociones («Soy muy impaciente»). Cuando decimos «prefiero quedarmen casa, estoy muy cansada» ¿Quién está cansado, tu cuerpo? ¿Quien quiere quedarse en casa tu cuerpo o tu mente?

En suma, el yo aparece por identificación con el cuerpo o con los cuatro fenómenos mentales o agregados, como los llama la tradición budista, que son:

  • Sensaciones (del cuerpo y de los sentidos),
  • Pensamientos,
  • Emociones y
  • Impulsos o deseos.

El yo biográfico y existencial

El yo se percibe más o menos intensamente dependiendo de la actividad o contexto. El yo mínimo suele ir asociado a situaciones en las que nos volcamos en la actividad externa que estamos realizando y nos olvidamos de nosotros. Las situaciones de flow (fluir) son un buen ejemplo (cuando estamos absortos en una actividad que nos encanta y absorbe). Por el contrario, el yo es máximo cuando nos centramos en él para describirlo o para relatar alguna actividad en la que es protagonista (cuando nos describimos o relatamos lo que hemos hecho.

El yo biográfico es del que todo el mundo es consciente y está asociado a nuestro nombre, biografía, memoria y se mantiene por el diálogo interno. Sin embargo, nuestra memoria o biografía no es lo que nos ha pasado, sino la interpretación que hemos hecho de lo que nos ha pasado. Nuestro nombre es una mera etiqueta que nos han colocado junto a otras tantas más: «hombre,» «moreno,» «abogado,» «blanco,» «del Real Madrid,» etc.

El yo experiencial es mucho más sutil y solo es perceptible en las personas que practican la meditación o en situaciones de elevada conciencia. Apenas hay dialogo interno, no tiene características y es la pura capacidad de conocer, sin prejuicios sobre lo que ocurre. Se asocia a una sensación de paz, libertad y bienestar.

El yo biográfico se puede ir modificando con la práctica de la meditación y de hecho se va diluyendo en el yo experiencial. Con la práctica, incluso el yo experiencial puede diluirse dando origen a la experiencia de la no -dualidad.

no-dualidad
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Las asunciones distorsionadas del yo

Creemos que el yo existe porque damos por buenas, de forma inconsciente, cinco asunciones distorsionadas en relación con el yo. Son las siguientes:

1. Continuidad: tenemos la idea inconsciente de que nuestro yo es una entidad que se crea en el momento en que venimos al mundo y desaparecerá cuando fallezcamos. Sentimos que, aunque pueda haber pequeños o grandes cambios, a lo largo de los años, en nuestra forma de ser, pensamientos y sentimientos, se mantiene una especie de «esencia básica», de algo inmutable, de principio a fin. Esa sensación de continuidad se mantiene, básicamente, por la memoria.

2. Coherencia o sensación de un único yo: Además de la memoria necesitamos una coherencia biográfica aunque obviamente en la vida nos surgen muchas contradicciones. Nuestra mente busca de manera compulsiva interpretar y dar explicaciones de lo que nos ocurre o de lo que hacemos para que tenga coherencia con nuestra biografía.

3. Originalidad: Otra aspecto clave es que nuestro yo se siente único y diferente a todos los demás y .ene general, mejor que la mayoría.

4. Control: Sentimos que el yo puede ejercer un intenso control, tanto sobre nuestro cuerpo como nuestra mente. Y, a menudo, nos gustaría extender este control sobre las otras personas y sobre el mundo en general. En relación con el cuerpo querríamos que fuese de diferente forma a como es o que no enfermara y también nos gustaría controlar nuestras emociones, pensamientos y adicciones. Nuestro cuerpo y nuestra mente realmente son fenómenos transitorios, cambiantes, impersonales y fuera de nuestro control.

5. Independencia o no-dualidad: Entender este último aspecto es más difícil, no solo de experimentar, sino siquiera de imaginar, y suele requerir la práctica de la meditación. Hemos hablado del yo como observador. Cuando lo observado es interno, como pensamientos, emociones o impulsos, el observador es más difícil de ver, porque se fusiona con el objeto observado, en este caso el fenómeno mental, y no existen diferencias, a menos que haya metacognición.

Al observador es más fácil sentirlo cuando observamos objetos «externos» a la mente: cuando vemos una casa u oímos a un pájaro. La casa y el pájaro están «ahí afuera», mientras que el observador esta «dentro» de nosotros, en una posición que sentimos como detrás de los ojos. Sin embargo, la idea que tienen mindfulness y las tradiciones contemplativas es que observador y observado no son independientes sino interdependientes.

Como decía Krishnamurti «El observador no existe de forma independiente de lo observado». Si observamos el sol, el objeto influye en el observador. Si observamos la ira, somos parcialmente la ira y nos modifica. En antropología y ciencias sociales e incluso desde la Física cuántica, es bien conocido que el observador de un fenómeno sociológico cambia el fenómeno. Si un antropólogo occidental observa una tribu con apenas contacto con la civilización, no están actuando como lo harían habitualmente, porque hay un extraño observando.

Reflexionando sobre la sensación del yo

El cuerpo da la sensación de ser claramente un continuo desde que nacemos hasta que morimos. Aunque, en realidad, está constantemente cambiando, como lo demuestra el proceso de envejecimiento o las enfermedades. Los estudios dicen que cada siete años cambian casi todas las células del cuerpo. Respecto al control, es evidente que no tenemos ninguno: enferma cuando quiere y no hemos podido conseguir el aspecto físico que deseamos.

No es uno, porque está compuesto de muchas partes, y no es independiente, porque requiere de continuo aporte de agua y nutrientes, porque, si no, moriría. Los pensamientos, emociones e impulsos no muestran continuidad, están siempre cambiando. No están bajo nuestro control sino que estamos peleando continuamente con estos tres aspectos, sin éxito. No son independientes, sino que surgen basándose en estímulos externos o en la memoria. Y no son uno solo, tenemos múltiples emociones encontradas entre sí, pensamientos diferentes y contradictorios e impulsos divergentes entre ellos.

Por último, si creemos, como la mayoría de las personas, que el yo es el observador, el ensamblaje de todos estos elementos, vemos que no podemos encontrar el lugar donde está, con lo cual la continuidad no se sostiene. El yo no está bajo nuestro control, la mayor parte del tiempo depende de las circunstancias externas (los sucesos que nos ocurren) e internas (pensamientos y mociones sobre todo), y es múltiple; en cada situación (como padre, esposo, trabajador, amigo) y en cada momento, generamos yoes distintos.

En suma, y como dice el Buda, el yo está vacío. Le explica a Saccaka, el maestro jainista con quien ya había hablado sobre el control del yo, que buscar el yo es como un hombre que va en busca del corazón de un platanero y corta con un hacha el gran tronco del árbol. «Entonces lo talaría desde las raíces, cortaría su corona y desenrollaría las vainas. Pero, al desenvolverlas, nunca llegaría a encontrar ningún duramen en el núcleo».

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