Cuando el amor es maltrato emocional

Aunque parezca extraño hay ocasiones en que hay una fina línea entre el amor y el maltrato emocional o la violencia física. A veces oímos de asesinatos producto de la violencia de género y los conocidos no se explican qué ocurrió para desembocar en semejante tragedia. En el pasado se llamaban «crímenes pasionales» y ciertamente es preciso reflexionar sobre las raíces del problema.

Es preciso ir más allá del machismo y del ejercicio de poder del patriarcado. También tenemos que considerar por qué una persona permanece con otra que supuestamente la ama al tiempo que la maltrata. Y por supuesto, tenemos que preguntarnos ¿Por qué quien dice o decía que me amaba me maltrata?

Libros como «Amor y violencia: La dimensión afectiva del maltrato,» de Pepa Hornos nos ayudan a comprender mejor esa fina línea entre el amor y el maltrato emocional y físico.

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El amor es una forma de poder

Existen varias formas de adquirir poder sobre otra persona: Autoridad, fuerza, diferencia y…. Amor.» El mismo afecto que una persona siente hacia otra y que puede hacerle crecer y sentir bien, acompañada y comprendida, puede utilizarse para destruirla, aislarla o anularla. Todas las personas tienen poder sobre las personas que les aman, igual que aquellos a quienes aman tienen poder sobre ellas. Ocurre con todas las personas con las que se establece un vínculo afectivo, no sólo la pareja: padres, parejas, hijos, amigos, etc.

Sí, el amor también es una forma de ejercer poder y control sobre otra persona. El vínculo afectivo conlleva poder sobre la persona que se vincula. El amor es una forma de poder que es esencial comprender como tal.

El amor, como forma de poder, es un elemento clave para la comprensión de la violencia interpersonal. Cuando una persona tiene establecido un vínculo afectivo con otra, adquiere la capacidad de influir en su vida (poder). Esa capacidad/oportunidad la puede usar en positivo para favorecer el crecimiento y el bienestar de la persona a la que quiere, o puede usarla para hacerle daño. 

El vínculo afectivo puede desencadenar en violencia

Crear un vínculo afectivo conlleva es siempre un riesgo. Cuando se crea intimidad entre dos personas se comparten debilidades, secretos y miedos y ambas personas pasan a ser un referente vital para el otro. Lo que hace, dice o piensa tiene importancia para él o ella y condiciona su desarrollo y bienestar. En la mayoría de los casos esta influencia es enriquecedora y hace que la apuesta de asumir el riesgo de amar merezca la pena.

Sin embargo, esa misma capacidad puede provocar dolor y maltrato emocional. El conocimiento que ambas personas tienen del otro, que ha sido proporcionado en momentos de intimidad, puede ser utilizado para el beneficio propio y egocéntrico.  

Una relación profunda y duradera suele conllevar ambas caras de la misma moneda. A veces hace felices y hace sentir bien, a veces se recibe y se hace daño. Pero en este continuo, lo que suele presidir la relación es el cuidado y la protección. Es la cara positiva de la moneda.

Cuando lo que prima en la relación es maltrato emocional se suele romper esa relación porque nadie quiere estar en una relación amorosa para sufrir. Si eso ocurre, si sufres por amor, ese no es amor del bueno.

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Vínculos afectivos destructivos

El problema viene cuando hay personas que por diversos factores no son capaces de romper esa relación. Permanecen anclados/as en vínculos afectivos destructivos, con la misma fuerza que la que tienen los vínculos afectivos positivos. 

Hay relaciones afectivas, como adultos, que en primera instancia no parecen relaciones maltratantes porque no es la violencia lo que preside la relación. Sin embargo, sí son violentas en el sentido de que son dañinas para su desarrollo. Un buen ejemplo de esto son esos enamoramientos que más parecen obsesiones. Llevan a las personas a dejar de lado su vida y costumbres para pasar todo el tiempo junto a la otra persona. Dejan casi de comer, de dormir, pendientes del teléfono, renuncian a sus amigos o a sus familias.

Cuando el amor te aleja de otras relaciones

Una relación afectiva puede aislar a la persona de su entorno, puede frenar su desarrollo personal y/o profesional. Sin embargo, cuesta verla como violencia y se justifica porque “lo hacemos por amor.” A veces cambiamos hasta nuestra opinión y nuestros ideales por la persona amada o le apoyamos en cosas que no apoyaríamos de otra manera. Incluso podemos llegar a alejarnos de amistades consolidadas solo porque no son aceptadas por nuestro enamorado/a.

Se está enamorado y pensamos que ese es un estado bueno, pero realmente ese enamoramiento puede traer daño a la persona.

Se supone que el enamoramiento es algo temporal que te arrastra en una vorágine emocional donde solo existe la otra persona. La gente les mira con una mezcla de compasión y de complacencia. Se dice aquello de “es que están tan enamorados..:” Se presupone también que cuando esa relación madure, cuando pase de ser enamoramiento a amor, ambos miembros de la pareja van a abrirse de nuevo al mundo, a priorizar de nuevo el desarrollo de los individuos que han creado esa relación afectiva. Pero ¿y si eso no pasa? 

No solo duelen los golpes

Cuando la dependencia afectiva de una persona hacia otra llega al extremo y es el daño a la persona lo que preside la relación, estamos ante el maltrato emocional, haya o no además violencia física. Incluso cuando llegue la primera paliza no cambia de la noche a la mañana la relación ni deja de ser una relación afectiva. En esa relación afectiva hubo violencia desde el primer momento, en el sentido de que se empleó el poder que se tenía sobre la otra persona.

En vez de usar ese poder en positivo, para hacerla crecer como persona, se usó para anularla y hacerla dependiente del otro miembro de la pareja.  Puede que en primera instancia ese ejercicio de poder sobre la otra persona haya sido sin intención pero el tiempo va haciendo que emerjan señales del sufrimiento que esa dependencia genera.

Muchas víctimas de violencia física o emocional argumentan que el agresor o agresora les quiere pero realmente no existe un vínculo afectivo sano. Se tiende a creer que el amor y la violencia son incompatibles, pero se está partiendo de la concepción deseable del “amor” como un vínculo positivo y protector. Desafortunadamente eso no responde siempre a la realidad.

Quizás el mayor error es adjudicar un valor emocional al vínculo que tiene el que ejerce poder hacia la otra persona. Un ejemplo sería cuando una mujer confiesa que su pareja se vuelve loco de celos y ella interpreta que eso es porque ella le importa. Si el no tuviera interés por ella y no la quisiera no tendría celos.

Debajo de muchos casos de maltrato existe realmente un vínculo afectivo destructivo, pero vínculo al fin y al cabo, y como tal debe ser abordado en la intervención. El problema es que ese aparente vínculo afectivo es un vínculo destructivo y basado en el maltrato emocional, la falta de respeto y libertad del otro/a.

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La conexión entre el afecto y el maltrato emocional

Si en una pareja uno de los dos controla los actos e incluso pensamientos del otro/a, y esa es una condición necesaria para seguir en esa relación, es obvio que quien ejerce el poder también tiene un problema. Además de carecer de madurez emocional probablemente la persona que necesita controlar y poseer de forma desmesurada tiene problemas de autoestima, carencias emocionales u otras patologías.

Las estadísticas, por un lado, y la comprensión del manejo del poder, por otro, permiten cambiar la perspectiva de análisis desde lo que debería o nos gustaría que fuera el amor hacia lo que es. Las estadísticas se mantienen estables en todas las formas de violencia en un dato: en torno al 80% de los casos de violencia se dan en el entorno cercano a la persona, no sólo familiar, pero sí personas que tienen un vínculo afectivo con ella, personas a las que respetan y probablemente quieren. 

Por otro lado, está el manejo del poder en la violencia. Desde la perspectiva de los agresores o agresoras, para poder ejercer la violencia sobre otra persona tiene que tener poder sobre esa persona. Dos circunstancias suelen favorecer que se ejerza ese poder: que exista enamoramiento por parte de la víctima y que ésta sea lo más vulnerable posible. Además, necesitan estar cerca de la víctima, tener una posición de autoridad y respeto que les facilite manipularla o anularla hasta hacerla incapaz de autonomía. De esta forma, la posibilidad de ejercer la violencia es mayor. 

Para la víctima es muy difícil deslindar el amor del maltrato

Así pues, cuando una persona, adulto o niño nos dice que su agresor o agresora le quiere no está mintiendo sino que está sumergido en un vínculo afectivo destructivo. Desde fuera se califica a esa relación de manipulación, engaño pero desde dentro se ha construido una relación y vínculo afectivo. Si se pretende intervenir en esa relación hay que abordarla como una relación afectiva aunque sea disfuncional y destructiva.

No se le puede pedir a la víctima que acabe con esa relación si antes no entiende en qué se basa ese vínculo afectivo que se ha vuelto tóxico o destructivo. Además, hay que darles suficientes elementos para sostenerse y para recuperar su autonomía afectiva. 

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Los matices del amor: Quiéreme pero quiéreme bien

La sociedad necesita creer que los entornos afectivos (familia, pareja, amistad) son entornos positivos. La realidad de la violencia prueba que en muchos casos lo son, pero también son los ámbitos donde más se vive la violencia. Es fundamental diseñar las intervenciones asumiendo la posibilidad de la violencia en las relaciones afectivas. Conocer la delgada línea que separa a las emociones como los celos, el amor y la violencia es crucial en la educación de la infancia y la adolescencia. No podemos educar a los niños y niñas haciéndoles pensar que cuando alguien les quiere están a salvo. Solo cuando alguien les “quiere bien”, están protegidos y amparados.

La realidad de la violencia exige una educación desde los matices y las penumbras, no una educación en blancos y negros, de buenos y malos, sino una educación abierta. Si no se les habla de la parte negativa será para ellos/as más difícil identificar las situaciones de riesgo. Se les estará se les está dando una visión de la vida parcial limitando el desarrollo de sus capacidades de adaptación a la vida real. 

El vínculo estrecho de la víctima

Al analizar las relaciones afectivas que subyacen al maltrato, es im- portante reflexionar sobre por qué las víctimas de maltrato prefieren una relación maltratante a no tener la relación. A menudo escuchamos comentarios de incredulidad acerca de por qué una víctima de maltrato se resiste a abandonar a su pareja. Son factores muy complejos que realmente transmiten una patología tanto en la víctima como en el agresor/a y que tratamos en otros posts muy interesantes:

La ley del hielo: el maltrato del silencio

Maltrato emocional y psicológico

Corto juvenil «No es amor»

Cortometraje realizado por los alumnos de 2º de Bachillerato de Imagen y Sonido del IES Tamujal de Arroyo de San Serván. Los celos, el control, la dependencia constituyen pequeñas agresiones que la sociedad tolera. Primer premio del VII International Youth Films Festival de Plasencia. Primer premio del II FICIJ Cachinus de cine de Cilleros. Selección oficial en el Festival Be Free de Zaragoza.


Otras lecturas recomendadas:

«Amor y violencia» de Pepa Hornos