La vida después de la muerte

El miedo a que no exista vida después de la muerte es sin duda el miedo y terror más ancestral del ser humano. Ya lo decía Aristóteles, «Lo más temible es la muerte porque es el fin», y ciertamente sentirse triste porque todo se acaba es natural. Recuerdo que cuando era una adolescente y me iba a dormir temía que por mi mente se cruzara la idea de la muerte. Cuando eso ocurría, me producía mucha ansiedad y sufrimiento ser plenamente consciente de que mi existencia acabaría algún día. Empezaba a llorar y así era como me dormía, sollozando.

En el desarrollo del ser humano ese momento de madurez en el que somos conscientes de nuestra impermanencia en este mundo es un punto de inflexión en nuestra vida psicológica.

No sabemos de dónde venimos ni hacia donde vamos. El no saber qué ocurrirá tras la muerte y sospechar que nos convertiremos en una nada eterno es ciertamente perturbador. Pensamos en lo difícil que será separarnos de nuestros seres queridos, de todas esas cosas materiales e inmateriales a las que nos hemos ido apegando a lo largo de la vida y sin las que concebimos ahora nuestra existencia.

La explicación científica al miedo a la muerte

El ser humano, dotado de un cerebro inteligente es muy complejo también a la hora de pensar en la existencia propia y su conexión con el mundo exterior. Nuestro cerebro es el único entre los animales con capacidad de abstracción y de asimilación de que hay un pasado, un presente y un futuro incierto. El ser humano es el único capaz de concebir la muerte y preguntarse sobre ello pero la vida humana es muy frágil.

Nadie quiere pensar en la muerte por la ansiedad que provoca qué nos espera después ya que la ciencia (materialismo científico) aún no ha logrado dar evidencias materiales de que exista algo en el ser humano que sobreviva a la muerte física. La ciencia se limita a explicarnos que la vida es un proceso biológico que tiene su final como ocurre con todos los seres vivos. Cuando el corazón deja de latir y no hay actividad cerebral lo único que continúa vivo en nuestros cuerpos son microorganismos como las bacterias, implicadas en la descomposición del cuerpo posterior a la muerte.

Una gran mayoría de la comunidad científica considera que la muerte es el final, no existiendo pruebas y evidencias científicamente demostrables de la existencia de nada más allá de ella. 

Sin embargo, cada vez hay más estudios que se están centrando en fenómenos y experiencias repartidas por todo el mundo que apuntan cada vez con más fuerza a la idea de que la muerte no es el final, sino más bien un tránsito. Entre esos fenómenos encontramos las ECM («Experiencias cercanas a la muerte,» las EFC (Experiencias fuera del cuerpo), la comunicaciones post-mortem (mensajes o señales desde el más allá por seres queridos) y la información sobre de vidas pasadas que muchas personas (especialmente niños/as) retienen y a la que tantas otras personas acceden a través de hipnosis regresivas o simplemente la meditación y los estados alterados de conciencia.

Lo único evidente es que todas las personas que han vivido algunos de estos fenómenos han sufrido una transformación en su forma de entender y afrontar la vida y se plantean seriamente, por experiencia propia, la convicción de que la muerte puede no ser el final.

Ya desde los años 60 del pasado siglo y especialmente en las últimas décadas, han ido creciendo sorprendentemente el número de investigaciones científicas al respecto con un incremento sustancial de muestras y de personal investigador implicado en cada experimento.

La muerte es sin duda un tema sobre el que sorprende que no haya más investigaciones. De hecho tenemos mucho progreso tecnológico y avances en la medicina pero aún no me hemos podido descubrir qué hay o qué sigue existiendo después de la muerte. O mejor dicho, la ciencia y el método científico han resultado hasta ahora insuficientes para demostrar que la muerte no es el final, como evidencias miles de testimonios a lo largo de los siglos de existencia del ser humano.

La ciencia sobre la muerte

La muerte puede ser entendida desde diferentes perspectivas. En caso de creer que existiera vida posteriormente a ella, la muerte pasaría a ser una especie de frontera hacia la siguiente fase de la existencia. En caso contrario, estaríamos hablando del final del ser, de la existencia, y de la progresiva descomposición de lo que una vez fuimos.

El sustrato neuroanatómico que permite la consciencia es el cerebro, lo que implica que tras el cese de su actividad ésta también deja de funcionar. También se propone que las ECM (Experiencias cercanas a la muerte) y las sensaciones de quienes las sufren son normales como consecuencia de las alteraciones biológicas producidas al momento de morir. Alteraciones del lóbulo temporal provocan efectos muy semejantes a la visión de luz o un túnel, que se asociaría al estrechamiento de la consciencia y la dilatación pupilar propia de una persona en sus últimos momentos.

No obstante, las ECM presentan elementos muy comunes como las experiencias extra corpóreas donde el sujeto abandona su cuerpo físico tras la muerte clínica y observa todo lo que ocurre a su alrededor. Algo que se ha evidenciado en los estudios de casos pero para lo que la ciencia aún no ha encontrado respuesta.

La muerte no es el final: Las experiencias cercanas a la muerte

Núcleo de las teorías que suponen la existencia de una vida posterior a la muerte

Gran parte de las hipótesis referidas a la existencia de la vida después de la muerte surgen del estudio y análisis de las experiencias cercanas a la muerte (ECM) sufridas por cientos de miles de personas a lo largo de los tiempos y por toda la geografía. Las ECM son situaciones en las que un sujeto ha estado clínicamente muerto (funcionamiento encefálico incluido) durante un corto período de tiempo pero al que finalmente se ha conseguido reanimar mediante diferentes técnicas. Especialmente conocido es el estudio realizado por la Universidad de Southampton al respecto, iniciado en 2008 y cuyos resultados se publicaron en 2014.

Hay multitud de especialistas médicos que en las últimas décadas han perdido el miedo a la crítica interna para embarcarse en estudios de este tipo. Un ejemplo de ello son investigadores tan conocidos como la 28 veces título honoris causa Elisabeth Kubler-Ross, Brian Weiss, Raymond Moody, … Todos ellos han recogido las historias de personas que vivieron una ECM y perdieron el miedo a la muerte porque comprobaron de primera mano que la muerte no es el final. La divulgación y publicación de estos estudios ayuda a su vez a millones de personas a perder el miedo a la muerte y a encontrarle un sentido más profundo a la vida.

El estudio de la Universidad de Southampton reflejaba una gran cantidad de casos de experiencias cercanas a la muerte en pacientes con paro cardíaco. En gran parte de estas experiencias y tras haber conseguido recuperar al paciente, parece reflejarse que éste ha mantenido un hilo de conciencia durante todo el proceso. Ello provoca que incluso pueda llegar a relatar lo que estaba sucediendo en la sala durante el período en que estaba clínicamente muerto.

También refieren sensaciones de flotación, de verse desde fuera del cuerpo (y es desde esta situación desde la que suelen describir qué ocurría mientras estaban muertos), sensación de enlentecimiento del tiempo y paz. En algunos casos también relatan haber entrado en un túnel de luz, haber encontrado a familiares cercanos ya fallecidos, o seres de luz que les transmitían mensajes de paz y amor.

Hay que tener en cuenta que es cierto que el cerebro puede permanecer vivo durante un breve espacio de tiempo tras el cese de la respiración y la actividad cardíaca: nuestra conciencia y percepción no se desactiva bruscamente, lo que podría hacer que aunque nuestras constantes fueran incompatibles con la vida aún poseyeramos unos segundos o incluso minutos de conciencia.

Pero los estudios realizados por la Universidad de Southampton señalan que en muchas de las experiencias cercanas a la muerte el cerebro no tenía actividad durante el período relatado en cuestión y que las descripciones ofrecidas por los pacientes eran muy precisas a la hora de describir los objetos y situaciones que se dieron durante su muerte. Las Experiencias Cercanas a la Muerte son toda una realidad reconocida tanto por médicos como por cualquier persona que haya vivido un caso de cerca.

YO misma tuve una ECM en un accidente en la playa que milagrosamente no me costó al vida. Literalmente me ahogué en el mar pero tuve la suerte de que me sacaran del agua (ya sin latido del corazón y cianótica) y que pasara por allí alguien que sabía hacer la reanimación cardíaca.

Desde que me ocurrió la ECM no he dejado de leer cientos de estudios y artículos acerca de investigaciones y en todos ellos el testimonio que más predomina en los que han tenido una ECM es que no hay que tener miedo, lo que nos espera es mucho mejor que lo que dejamos atrás. Personalmente mis sensaciones fueron placenteras y para nada traumáticas.

vida después de la muerte

Vida después de la muerte: Características que se suelen repetir en una ECM

Según la definición aportada por el artículo de investigación clínica de Ernesto Bonilla, las ECMs son «eventos lúcidos que ocurren cuando una persona está tan comprometida físicamente que moriría si su condición no lograra mejorar. Está inconsciente, sin latidos cardíacos detectables, sin respiración y los registros electroencefalográficos son planos.»

Las ECM pueden incluir algunos de los siguientes elementos:

  • experiencias fuera del cuerpo o separación de la conciencia del cuerpo físico
  • incremento en la percepción sensorial,
  • emociones intensas,
  • viaje hacia o a través de un túnel,
  • observación de una luz brillante,
  • encuentro con seres místicos o familiares y amigos fallecidos,

  • sentido de alteración del tiempo y el espacio,
  • revisión de la vida,
  • visualización de paisajes celestiales indescriptibles,
  • encuentro con una barrera o límite,
  • aprendizaje de un conocimiento especial y
  • el regreso voluntario o involuntario al cuerpo físico.

La similitud de las ECM en niños y adultos es una evidencia de que realmente las vivencias son reales y no debidas a creencias preexistentes, influencias culturales o experiencias previas en la vida actual. Por un lado encontramos evidencias de que no son invenciones de los pacientes pues las características de las ECM son parecidas en todo el mundo y en personas de diferentes culturas que no tienen conexión entre ellas.

Aunque la ciencia médica ha intentado hallar explicaciones a ciertos factores implicados en muchas ECM proponiendo modelos multifactoriales basados en la combinación de posible hipoxia cerebral, liberación de serotonina, endorfinas o compuestos similares a la ketamina, no existen aún evidencias que apoyen las hipótesis psicológicas, fisiológicas, neuroquímicas y neuroanatómicas para explicar las ECM. Aunque los factores fisiológicos, psicológicos y socioculturales pueden interactuar en las ECM, las hipótesis que se han propuesto son meras especulaciones sin soportes sobre lo que ocurre durante una ECM.

EFECTOS POSTERIORES a una ECM 

Moody (5) describió, por primera vez, los efectos transformadores de la vida de las ECM. Noyes (62) condujo el primer estudio sistemático y obtuvo información de 205 personas quienes reportaron reducción del miedo a la muerte, una sensación de invulnerabilidad relativa, un sentimiento de especial importancia o destino, la creencia de haber recibido un favor especial de Dios e incremento de su creencia de la existencia de la vida después de la muerte.

En 1984, Ring (63) observó que los individuos que habían sufrido una ECM manifestaban aumento de la confianza en sí mismo y en el sentido de propósito en la vida, reducción del miedo a la muerte, incremento en su espiritualidad, en la compasión por otros y en el aprecio por la vida, así como poco interés por las posesiones materiales. En general, las personas que han tenido una ECM sufren muchos más cambios que aquellos que no las han experimentado. 

Todos los pacientes reportan cambios positivos, especialmente la pérdida del miedo a la muerte. Quizás los más importantes tengan que ver con la percepción del yo. Entre estos cambios se incluyen la pérdida del miedo a la muerte, el sentirse especialmente favorecido por Dios, un nuevo sentido del propósito de su vida y el incremento de la autoestima (67-69).

Las relaciones con otras personas también sufren cambios significativos. Se ha reportado mayor compasión y amor por otros, una menor preocupación por las ganancias materiales, reconocimientos o estatus, mayor deseo de ayuda a otros y aumento en la habilidad para expresar los sentimientos (63, 64, 70). 

Después de una ECM ocurren alteraciones significativas en la actitud hacia la vida, mayor aprecio por la vida, aumento de la espiritualidad (71) y la fe religiosa, se presta mayor atención al presente (71, 72) y se produce una búsqueda incesante de conocimiento (66). Algunos descubren habilidades psíquicas y de sanación (19, 64, 73, 74).

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